Me van a permitir que haga un "destripoiler" de una de las últimas películas que he visto en el cine, Jurassic World: El reino caído (sí, lo confieso). Si alguno de mis lectores piensa ir a verla pronto, quizá debería parar de leer ahora.
Pues bien, en un momento dado los protagonistas se enfrentan a un serio dilema moral: la regeneración de dinosaurios se ha ido de las manos, el futuro puede estar amenazado por la colosal intromisión en la evolución que supone que los humanos hayamos resucitado a los enormes lagartos, y llega un punto en el que los científicos (buenos) pueden anular toda esta amenaza apretando un botón que los extermine a todos, tanto carnívoros depredadores como amables herbívoros de cuello enorme. Incluso el personaje que más simpatizaba con los dinosaurios está dispuesto al sacrificio.
Pero aquí irrumpe la niña de la película (siempre hay una), y en un gesto de firme resolución aprieta el botón que acaba salvando a los enormes bichos. "Pero están vivos", exclama, como única pero poderosa justificación de su acción.
En un pasado pensé en dedicarme a escribir columnas que sacaran alguna lección de películas populares. Hasta ahora no me ha dado la vida, pero en este caso la analogía que me vino a la mente fue bastante directa. Los que me leen con frecuencia seguro que ya lo intuyen, ¿a que sí?
Por cierto, ayer mismo leí en El Mundo una columna de Cayetana A. de Toledo que mencionaba el tema a propósito del nuevo giro de la política pepera. Selecciono un extracto:
"El aborto, en cambio, es y seguirá siendo fuente de divisiones profundas. No sólo en el centroderecha. Y no sólo por razones de fe. Abjuren del apostólico y populista Francisco y lean al ateo y ético Savater. La moral no es patrimonio de los católicos. Si aceptamos que todas las vidas valen lo mismo y no sabemos a ciencia cierta -literalmente- cuándo empieza la vida, entonces la decisión sobre su interrupción requiere, como mínimo, una cierta modestia. Es decir, asumir la complejidad, que es biológica, filosófica y también psicológica. Tan arduos y para adultos son los debates morales que las convicciones de una misma persona varían a lo largo del tiempo. Y no siempre en la dirección que fija el canon mediático. La clave no son tanto las creencias como las experiencias. Están las beatas que claman enfáticamente contra el aborto hasta que sus hijas de 18 años llegan a casa con la noticia. Pero también están las libertinas a las que el triple screening salió mal y que, entre la amniocentesis y su resultado, sufren como un perro, incapaces de olvidar el latido y la ecografía. El aborto es uno de esos dilemas que la tecnología no resuelve, sino que agrava."
En cualquier caso, ese es el problema; que están vivos.
Pues bien, en un momento dado los protagonistas se enfrentan a un serio dilema moral: la regeneración de dinosaurios se ha ido de las manos, el futuro puede estar amenazado por la colosal intromisión en la evolución que supone que los humanos hayamos resucitado a los enormes lagartos, y llega un punto en el que los científicos (buenos) pueden anular toda esta amenaza apretando un botón que los extermine a todos, tanto carnívoros depredadores como amables herbívoros de cuello enorme. Incluso el personaje que más simpatizaba con los dinosaurios está dispuesto al sacrificio.
Pero aquí irrumpe la niña de la película (siempre hay una), y en un gesto de firme resolución aprieta el botón que acaba salvando a los enormes bichos. "Pero están vivos", exclama, como única pero poderosa justificación de su acción.
En un pasado pensé en dedicarme a escribir columnas que sacaran alguna lección de películas populares. Hasta ahora no me ha dado la vida, pero en este caso la analogía que me vino a la mente fue bastante directa. Los que me leen con frecuencia seguro que ya lo intuyen, ¿a que sí?
Por cierto, ayer mismo leí en El Mundo una columna de Cayetana A. de Toledo que mencionaba el tema a propósito del nuevo giro de la política pepera. Selecciono un extracto:
"El aborto, en cambio, es y seguirá siendo fuente de divisiones profundas. No sólo en el centroderecha. Y no sólo por razones de fe. Abjuren del apostólico y populista Francisco y lean al ateo y ético Savater. La moral no es patrimonio de los católicos. Si aceptamos que todas las vidas valen lo mismo y no sabemos a ciencia cierta -literalmente- cuándo empieza la vida, entonces la decisión sobre su interrupción requiere, como mínimo, una cierta modestia. Es decir, asumir la complejidad, que es biológica, filosófica y también psicológica. Tan arduos y para adultos son los debates morales que las convicciones de una misma persona varían a lo largo del tiempo. Y no siempre en la dirección que fija el canon mediático. La clave no son tanto las creencias como las experiencias. Están las beatas que claman enfáticamente contra el aborto hasta que sus hijas de 18 años llegan a casa con la noticia. Pero también están las libertinas a las que el triple screening salió mal y que, entre la amniocentesis y su resultado, sufren como un perro, incapaces de olvidar el latido y la ecografía. El aborto es uno de esos dilemas que la tecnología no resuelve, sino que agrava."
En cualquier caso, ese es el problema; que están vivos.
"¿Defensa de la vida?"
ResponderEliminarMario Vargas Llosa
https://elpais.com/elpais/2018/08/17/opinion/1534520449_086262.html