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Mostrando entradas de enero, 2024

TRANSMISORES DE VIRUS

 No hace mucho acompañé a una persona cercana a una de esas sedes de la administración pública a las que uno no va porque se aburra más allá de lo soportable, o para fomentar la vida social, ya me entendéis. O, dicho de otro modo, a una de esas sedes donde, si has tardado un día en pagar los 5 euros que se supone que adeudas por un nuevo impuesto que algún mandatario se ha sacado de la chistera, te ponen una sanción medicinal de 100 euros, y, aunque tengas una bisabuela catalana, nadie te va a conceder amnistía. Pues eso, cuando entramos mi acompañante y yo, un joven guarda de seguridad en la puerta, entiendo que siguiendo instrucciones, nos preguntó si habíamos pedido cita. Desde ese punto pude contemplar la estancia entera, y comprobé que había unos diez o doce funcionarios afanados en sus labores o en sus diálogos, pero que no había ni un solo ciudadano de a pie haciendo uso del servicio de atención. El joven guarda nos miró con tristeza y nos recordó que, sin duda siguiendo instruc

Saltburn, o Brideshead desflorada

Hace tiempo que no escribo sobre Evelyn Waugh, el autor al que más atención he dedicado en mi vida académica. En estos momentos estoy volviendo a ejercer de traductor de sus novelas, en este caso de Un puñado de polvo , por encargo de la editorial Impedimenta. Vuelve a ser un privilegio y un reto reescribir (porque en eso consiste traducir) a Waugh, y aprender de semejante maestro del estilo. Este autor ha vuelto a estar de actualidad a raíz del éxito de la película Saltburn , ahora disponible en plataformas como Prime. Más de un comentarista ha identificado las referencias waughianas de la película, en concreto a Retorno a Brideshead : en ambas historias, un joven estudiante de Oxford con escasa vida social traba amistad con un compañero aristócrata y popular, y es incorporado al círculo social de este. Uno de los jalones en la creciente amistad entre ambos es que el noble invita al plebeyo a la fastuosa casa de campo de su familia, y este empieza a interaccionar con los diversos m

OCHO APELLIDOS MANIQUEOS

 Reconozco que he pasado una larga temporada sin acudir a los cines, supongo que por prevenciones postpandémicas, pero ya he vuelto a retomar la sana costumbre. Por muy bien equipado que tengamos el salón con un HomeCinema de última generación, siete altavoces y subwoofers (no es mi caso), y dispongamos de todo el catálogo de Netflix, HBO, Prime o Disney+, las salas de proyección siguen teniendo algo mágico, que ni las toses del prójimo ni el crujir de las palomitas vecinales consigue anular. Por supuesto, estas pasadas navidades han sido ocasión propicia para frecuentar las salas. Y sí, confieso que yo también he ido a ver Ocho apellidos marroquís (no todo va a ser cine high-brow ), a pesar de que sabía que las críticas no eran muy favorables y que las connotaciones del título eran deliberadamente engañosas, sin relación con las dos predecesoras. Pero no cabe duda de que, si cierto patriotismo nos invita a apoyar el cine español, esta ha sido acaso la película más vista de la tempo

EPIFANÍA

La revelación (o epifanía, si se disculpa el uso paradójico del término) fue demoledora. Y Toñín no se esperaba hoy semejante demolición de uno de los pilares en que reposaba su plácida infancia. Pero Mamá había decidido que, de no hacerlo ella, a la vuelta de las vacaciones navideñas lo haría algún compañero de cole maleado por sus hermanos mayores, o por sus amigotes. Y, en ese caso, sin duda el efecto sería aún más traumático.             Si acaso Mamá había llegado a sospechar que su hijo ya lo sabía, ahora comprobó que se equivocaba de plano. Es más, sus entrañas maternales se desgarraban al contemplar el llanto desconsolado de Toñín. “A lágrima viva” o “a moco tendido” son expresiones gráficas insuficientes para describir lo que estaba presenciando, ese vaciarse del alma inocente a través de las lágrimas, esa indefensión hermanada con la amargura por la que se estaba escapando la primera infancia de su hijo, acaso la etapa más entrañable de su vida. Cuando por fin el niño se

DIOS CON MiNÚSCULA Y SOLSTICIO

En los últimos años me llama la atención cierta moda, vigente incluso entre personas cultas y ortográficamente precisas, de escribir la palabra Dios siempre con minúscula. Así, no es nada infrecuente encontrarse, en obras literarias y prensa escrita (incluso en medios que se precian de sus impecables manuales de estilo), versiones adaptadas de las clásicas expresiones que mencionan el nombre divino: “A quien madruga, dios le ayuda”*, “A unos da dios ovejas, a otros orejas”*, o incluso, con cierta incongruencia, “Dar al César lo que es del César, y a dios lo que es de dios”*, etcétera. Sin embargo, hasta la fecha la Real Academia Española no ha variado el criterio ortográfico de escribir Dios con mayúscula “cuando se emplea como nombre propio, de carácter antonomástico, para designar al ser supremo de una religión monoteísta (en esos casos la palabra  Dios  se usa sin artículo)”, y también recuerda en su última actualización que “la mayúscula se mantiene en los refranes y en las expre