En los últimos años me llama la atención cierta moda, vigente incluso entre personas cultas y ortográficamente precisas, de escribir la palabra Dios siempre con minúscula. Así, no es nada infrecuente encontrarse, en obras literarias y prensa escrita (incluso en medios que se precian de sus impecables manuales de estilo), versiones adaptadas de las clásicas expresiones que mencionan el nombre divino: “A quien madruga, dios le ayuda”*, “A unos da dios ovejas, a otros orejas”*, o incluso, con cierta incongruencia, “Dar al César lo que es del César, y a dios lo que es de dios”*, etcétera.
Sin embargo, hasta la fecha la Real Academia Española no ha variado el criterio ortográfico de escribir Dios con mayúscula “cuando se emplea como nombre propio, de carácter antonomástico, para designar al ser supremo de una religión monoteísta (en esos casos la palabra Dios se usa sin artículo)”, y también recuerda en su última actualización que “la mayúscula se mantiene en los refranes y en las expresiones o frases hechas que contienen esta referencia” (Ortografía de la RAE, Capítulo IV, 4.2.4.3.).
Vaya por delante que cada cual es libre de contravenir la ortografía como le plazca, pero ¿acaso escriben esas mismas personas “boy al zine*” o “vevo un kuvata”*? ¿Es que tal disenso solo es disculpable gramaticalmente cuando se aplica al Creador del Universo? Durante mucho tiempo lo he entendido como una peculiar profesión de increencia, pero esto tampoco me parece muy serio. No necesito creer en la realidad de Superman, Batman, o (más al caso) Thor para concederles la mayúscula cuando los mencione por escrito.
Permítaseme un pequeño giro. Redacto estas líneas en plenas fiestas navideñas, en las que todos habremos recibido innumerables felicitaciones con mayor o menor originalidad, mayor o menor personalización (reconozco que no me emociona gran cosa recibir por wasap la enésima imagen, por bella que sea, que huele a lista de contactos). Independientemente de que se adaptara de una ancestral tradición mediterránea, es obvio que en nuestra historia las navidades son fiestas cristianas por antonomasia, pero también es obvio que cada cual las vive como quiere, y a la hora de felicitar se centra en el aspecto que más le conmueve: en la familia reunida, en los regalos, en las copiosas cenas, incluso en la lotería… Entre tales variantes, hay quienes te felicitan las fechas navideñas pero les da reparo mencionar la palabra, quizá por un exceso de delicadeza.
Y aquí hago la pirueta conceptual. Podría tener sentido imaginar que cierto porcentaje de quienes optan por escribir Dios con minúscula, acaso por el sano afán de bajarle un poco los humos al Todopoderoso, también opten por suprimir la palabra Navidad de las felicitaciones navideñas. Pero, si este fuera el caso, percibo una incongruencia notable; precisamente los disidentes ortográficos deberían ser los más entusiastas del tradicional sentido cristiano de la festividad. En la base de lo que celebramos como Navidad desde al menos el siglo IV está la creencia de que Dios se hizo criatura en un lugar y tiempo concretos, uno de los nuestros. Y si hacerse humano no fuera suficiente, que se hizo bebé, pequeñito. En definitiva, que se ha querido escribir a sí mismo con minúscula.
Aquí
lo tengo que dejar. Feliz Solsticio de Invierno, y ánimo, que todavía queda bastante
fiesta.
(Aparecido en La Rioja, 29 diciembre 2023)
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