Una de las celebraciones un tanto excesivas que se han implantado en nuestra sociedad es el Black Friday, importada de EE.UU al igual que ese Halloween que ha acabado de colonizarnos hasta los calendarios escolares. Obviamente, para el comercio internacional el Black Friday no es una fecha despreciable; una de las etimologías del nombre proviene de la enorme subida del volumen de ventas, que hace que los números rojos pasen a negros. Este día resulta tan provechoso para el capitalismo que ya se oye hablar de la Black Week, y quizá pronto se extienda al Black Month, a pesar de que lo que viene detrás, la campaña de Navidad, Reyes y las consiguientes rebajas de enero y febrero, supone ya un mareante desenfreno de consumismo. Toda una forma paradójica de celebrar la llegada al mundo de ese Niño que nació en un pesebre, sin más perfumes que el de boñiga de mula y buey. A este respecto, parece haber una proporción inversa entre la coherencia con el sentido de la fiesta y las ganas de alargarla en el tiempo. Este año he empezado a ver turrones y mazapanes en los supermercados a principios de octubre, y, si esto sigue así, van a acabar solapándose con el tinto de verano. Otra extensión de celebraciones semejante ocurre con el mes del Orgullo, que empezó siendo un día, y ahora los fastos se reparten entre junio, julio, y algunas propinas en agosto para celebrar el turismo internacional y otros logros de la diversidad.
Pero, a propósito de celebraciones bien subvencionadas
públicamente y extendidas en el tiempo, hay que destacar el año que llevamos
celebrando el medio siglo de la muerte de Franco, que ha alcanzado cierto pico
en el 20-N, pero que, según declaraciones del ministro de Memoria Democrática,
seguirá mereciendo actos conmemorativos a lo largo de 2026. Tal despliegue
generoso de inversión pública en unos 480 eventos viene acompañado de campañas
en los medios en las que el Gobierno de España nos recuerda que ahora tenemos
el poder de decidir, porque ahora vivimos en libertad. Nos recuerda a página
completa cosas como que podemos “ser de derechas, de izquierdas, de centro”,
algo conmovedor, pues ignoraba que hoy en nuestro país se pudiera ser de
centro. Sin duda es un consuelo no vivir en una dictadura, con lo que esta
conlleva de corrupción y cleptocracia, control del poder judicial y la
fiscalía, de los medios de comunicación públicos y algunos privados, de blindar
a los delincuentes afines o indultarlos, etc.
Dejaré para otro momento la reflexión sobre si quedan otros
yugos bajo los que vivimos hoy los ciudadanos españoles. Pero ya decía Orwell
que todos los animales de la granja son iguales, aunque hay algunos más iguales
que otros. Por ejemplo, Carles Puigdemont sí que es verdaderamente libre. Tanto
que, a pesar de llevar años en busca y captura y que todo el mundo sabe dónde
está, las fuerzas del orden no consiguen privarle de su libertad, incluso
aunque venga a España y se deje grabar. Esa sí que es libertad, sin ira
libertad. Y encima se quejará.

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