En el ámbito de los estudios literarios siempre me ha interesado el análisis de los personajes de ficción, esas criaturas que pueblan las novelas y que, aunque en el fondo no sean más que palabras, nos pueden enamorar o causar rechazo. Hay varias formas de clasificar a los personajes, pero a grandes rasgos destacan dos: según su papel e importancia en la trama los consideramos principales o secundarios, y según su profundidad humana los denominamos, siguiendo a E.M. Forster, planos o redondos. Se suele identificar un personaje plano con aquel que no cambia en el transcurso de la historia, que no evoluciona, al menos en alguno de los rasgos dominantes de su personalidad. A esta categoría pertenecen los estereotipos, las caricaturas, los supervillanos, o los que vienen a encarnar virtudes o causas que la voz autoral nos pretende recomendar. También es propio de los personajes planos estar construidos en torno a una sola cualidad que los define. Un ejemplo tomado de la conocida ficción infantil sería el de los pitufos: cada una de estas criaturitas azules se denomina según el rasgo que le caracteriza: papá pitufo, pitufo gruñón, valiente, miedoso, goloso, perezoso, pitufina (no hay mucha paridad en Pitufolandia), etcétera.
Esto me viene a la cabeza cuando leo la reciente noticia de
que en el seno del Consejo General del Poder Judicial hay una amarga bronca por
causa de que un vocal del bloque llamado “progresista” ha osado apoyar la
propuesta del “conservador” para constituir una comisión importante del órgano,
algo que para el resto de progresistas constituye una inaceptable ruptura del
equilibrio ideológico, que ha provocado amenazas de dimisión. A mí, sin
embargo, me parece digno de encomio que el vocal Carlos Hugo Preciado, propuesto
en concreto por Sumar, se desmarque de vez en cuando y vote como le dé la real
(o republicana) gana, aunque sea en contra de su bloque “natural”.
Que los miembros de los más influyentes órganos del poder judicial del Estado sean negociados y nombrados por los políticos en función de sus afinidades ideológicas nunca me ha parecido un procedimiento compatible con la sana separación de poderes de un verdadero estado de derecho. Me entristece que los ciudadanos nos acostumbremos a aceptar como algo normal las etiquetas de “vocal progresista” o “conservador” y su esperable disciplina de partido. El caso del Tribunal Constitucional que nos ha caído en suerte tampoco ayuda a fortalecer la fe en la imparcialidad de la Justicia, y siempre que pienso en ello me pregunto cómo el PP se dejó marcar ese golazo en propia meta. Pero si tal procedimiento de nombrar a juristas alineados no pinta bien, me parece el colmo que estos altos representantes de la diosa de los ojos vendados se enfurezcan cuando uno opte por apoyar la propuesta del supuesto adversario. No me tranquiliza que los magistrados sean tan predecibles como los pitufos. Ni que, si alguno deja de ser personaje plano, sus compañeros se comporten como el pitufo gruñón.
Aparecido en La Rioja, 30 de octubre de 2025. Ver todas las columnas.
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