Mi progresiva comprensión de los mecanismos de la economía española debe mucho a las profundas conversaciones con mi sobrino Inocencio, un niño despierto donde los haya. Ino, con tan solo nueve añitos, manifiesta una clarividencia poco habitual para su edad. Sin ir más lejos, no hace mucho escuchó que en nuestro país la riqueza está repartida de modo desigual, y, tras algún tiempo de cavilaciones, consiguió dar con la solución. Me decía algo así como que, si hay personas que no tienen suficiente dinero, los que mandan en España deberían imprimir muchos más billetes y dárselos a los que no tienen. Seguro que pueden utilizar una impresora como la de papá y mamá, o incluso más grande, y hacer miles o millones de billetes nuevos para repartir con generosidad.
Ino está un tanto decepcionado porque a nadie de los que mandan
en España se la haya ocurrido esta idea tan elemental, y me pregunta si estos
señores y señoras (Ino siempre habla con lenguaje inclusivo, fruto de una esmerada
educación pública) no serán un poco cortitos y cortitas. Pero yo le replico que
no, que, si bien aún no se ha implementado su idea de modo definitivo, nuestros
dirigentes están dando pasos en la dirección adecuada. Y, en un lenguaje que
pueda entender, le explico con orgullo que nuestro gobierno ha conseguido subir
en dos ocasiones el salario mínimo interprofesional, y además ha conseguido
reducir la jornada laboral, todo ello sin necesidad de pedir la opinión del
tejido empresarial. Dado que los empleados trabajarán menos tiempo y cobrarán
más, es posible que algunas empresas no sean sostenibles y tengan que cerrar,
pero eso no tiene una gran importancia, porque el número de beneficiarios con
esta nueva medida será (al menos a corto plazo) infinitamente mayor que el de
los perjudicados, que seguro que tienen sus ahorros para mantenerse.
En efecto, teniendo en cuenta que en torno al 99,8 % de las
empresas españolas son pequeñas o medianas, es previsible que algunas de ellas
no podrán afrontar las nuevas condiciones laborales y los costes de producción.
Y, a todos los empresarios que sobrevivan y sigan creando empleo contra viento
y marea, el Estado les premiará con una condena a cadena perpetua en la que se
les asignará un amable inspector de la Hacienda Pública (o HP) pegado a su nuca
de por vida, e incluso después, para que fiscalice hasta el último céntimo de
euro que deben tributar según las sucesivas, y siempre imaginativas, políticas
fiscales, a fin de que el Estado pueda seguir desplegando su espléndida
generosidad.
No siendo especialista en economía, quizá no haya explicado
bien a mi sobrino Inocencio todo el engranaje. Eso sí, lo que no le he
mencionado es que la deuda pública de nuestro país sigue subiendo, que en 2024 alcanzó
los 1,621 billones de euros, y que esta es una herencia creciente que le vamos
a legar a él y a sus contemporáneos, los niños y niñas españoles de hoy. No sé
si, cuando haya que afrontarla, algún gobierno creativo recurrirá al método de
imprimir más billetes. Podría ser la solución.
Aparecido en La Rioja, 21 febrero 2025.
Comentarios
Publicar un comentario