De entre las varias celebraciones que han coincidido en esta semana sobre las que podría escribir ̶ el Día Internacional de la Mujer, el comienzo del Ramadán, la conclusión de los carnavales, o el arranque de la Cuaresma ̶, voy a optar por esta última, pues quizá sea de la que menos hablen los medios. La mayoría de nosotros, cuando se plantea preparar la Semana Santa, piensa en agencias de viajes, ofertas turísticas o similares, y quizá no tanto en esta práctica multisecular de los países de tradición cristiana que busca preparar la conmemoración principal de su fe, la Resurrección de Jesucristo, a lo largo de cuarenta días, mediante una llamada a la purificación personal y al crecimiento espiritual.
A mi personalísimo modo de entender, hay aspectos de la
Cuaresma sobre los que la Iglesia católica (empleando la expresión del Gobierno
cuando da bandazos en sus políticas) debería “hacer más pedagogía”. Muchos
niños y niñas de familias autóctonas tienen la vaga idea de que eso de la
Cuaresma es “como el Ramadán, pero en cristiano”. Y, puestos a trazar analogías,
cuestiones como el ayuno y la abstinencia cuaresmales revisten una exigencia
considerablemente menor que la que afrontan los fieles musulmanes en el mes de
Ramadán, cuando todas las personas sanas, niños incluidos, deben abstenerse de
probar cualquier alimento o bebida desde el alba hasta la puesta del sol. El
ayuno cuaresmal apenas consiste en no picotear entre comidas durante los dos
días señalados (Miércoles de Ceniza y Viernes Santo), y la abstinencia se
limita a no comer carne los siete viernes que transcurren entre ambos días. No
parece una práctica demasiado exigente, y, sin embargo, conozco a muy pocas
personas “de aquí” que la guarden. Por supuesto, en bares y restaurantes,
comedores escolares o establecimientos de comida para llevar, no se nota la
menor diferencia. Durante ocho días al año el católico observante comparte, al
menos en cierta medida, la pesadilla habitual del vegetariano que pretende
comer fuera de casa en España.
A propósito, es posible que muchos hayamos recibido por
redes un mensaje atribuido al papa Francisco en el que se dice que ha decidido
sustituir el ayuno por “actos de caridad”, celebrando que por fin la Iglesia se
haya modernizado en este tema. Pero me temo que se trata de un fake recurrente,
que al menos lleva en las redes desde 2009, mucho antes de que el cardenal Bergoglio
se convirtiera en Francisco. Pero, por muy bulo que sea, no deja de tener su punto:
quizá más importante que comer pulpo en vez de ternera sea aprender a perdonar,
dar las gracias, recordar a los demás que les quieres, escuchar las historias de
quienes te rodean, desviarse para ayudar, animar, celebrar los éxitos ajenos,
regalar lo que no se usa, corregir con cariño, saludar, llamar a los
familiares, abstenerse de palabras hirientes, de enojos, pesimismo, quejas,
presiones, egoísmo… En fin, si se me disculpa el tono Paolo Coelho, incluso de
lo fake puede salir la luz, ¿no es verdad?
Aparecido en La Rioja, 7 de marzo 2025. Ver todas las columnas.
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