Cuando pienso en el nombre Boris, no sé por qué absurda asociación me acude a la memoria el hijo que una amiga adoptó de un país del este. A ella no le gustaba el nombre de la criatura (le recordaba a cierta celebrity) pero no podía cambiárselo, así que le añadió Pedro de segundo, y se esforzó por que este desplazara al primero.
Sirva esta historia bastante irrelevante (¿o no?, sigue leyendo) para referirme al otro Boris, al Johnson, el hombre que quiso ser un nuevo Churchill liderando a su país en la hora más oscura, redactando discursos memorables, presumiendo de heterodoxia y acaso adoptando un calculado ademán estrafalario. Pero, al igual que el necio imita los defectos de la gente brillante antes que su brillantez, es muy improbable que algún político contemporáneo pueda emular la clarividencia, decisión y los valores de servicio que movieron a quien quizá sea el estadista universal (del lado del los buenos) más célebre del siglo XX.
Durante estos días todo opinólogo que se precie ha escrito o hablado sobre este Boris, el Johnson, así que no os aburriré mucho con detalles de su ascendencia y caída, su populismo, su eurofobia, sus desprecios a la real corona, sus fiestorros, o sus mentiras… Lo que destacaré en estas pincelada es que nuestro Boris mereció un triunfo electoral sin precedentes en las últimas décadas en un país que se precia de ser la primera democracia de la historia. Que la gran mayoría (¿cualificada?) de un pueblo que vota con estudio y sin demasiada pasión acabe dando el mando a semejante personaje no dice mucho de la sabiduría de las democracias consolidadas para elegir quién les represente. Estoy persuadido de que es necesario replantear los mecanismos para que el poder realmente emane del pueblo y no de una panda de timadores profesionales. ¿Alguna idea? Por favor, revisitad esto.
Con todo, hay que reconocer que al menos en el Reino Unido existe una cierta decencia política que lleva a que los mismos integrantes del equipo del líder puedan reconocer que la nave está yendo a la deriva más calamitosa, y consigan forzarle a que abandone el timón. Y ahora ya sé por qué me vino a la cabeza el caso de Boris-Pedro. En otros países los paniaguados del líder no se atreven a decir esta-boca-es-mía aunque el tren en el que viajen se encamine de cabeza al precipicio. Aquí el que hable se queda sin su sillón, y otro vendrá que lo sabrá valorar.
Pues sí, el encumbramiento de Boris Johnson ejemplifica que el nivel de los representantes del gobierno del pueblo en las democracias occidentales no es muy elevado. Pero su caída ilustra que, como todo, depende de con quién lo compares.
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