Concluyó ya la Semana Santa 2020, la más rara que he
conocido en mi existencia. No ha habido pasos, capuchones ni procesiones,
aunque sí pasión, cruz, sufrimiento y muerte, y entrega por el prójimo. También algún que
otro Poncio Pilatos (y quienes, como los legionarios romanos del chiste, están de-pilatos hasta los … Lo siento, no
puedo resistirme a un mal chiste).
Pero hoy me quería poner algo más serio, discúlpeseme. Aunque
concibo la Semana Santa como una oportunidad de reflexión y crecimiento, nunca he
sido un gran seguidor de su carácter folklórico (en el buen sentido de la
palabra). Cuando me he animado a salir a la calle a ver procesiones, me cuesta
aguantar parado en el mismo sitio y, o bien hago un fast-forward caminando y adelantando a los procesionarios, o bien me
sobreviene la inspiración para algún relato (véase el del año pasado).
Respeto mucho, sin embargo, a quienes lo viven de otra
manera. A los que se pegan palizas desfilando durante horas bajo climas primaverales
muy variables; a los que se desloman cargando a hombros los pasos como
costaleros; a los músicos que ensayan las marchas desde el otoño o el verano anterior;
a los miles de cofrades que viven con pasión (nunca mejor dicho) estas
manifestaciones, o que han recibido el testigo de perpetuar una tradición de sus
padres, abuelos, bisabuelos…
Sin embargo, este año, como muchísimas otras cosas, no ha
podido ser. Y, para los que abrazamos la cosmovisión cristiana, tal limitación puede
servir como oportunidad de entender que la iconografía puede ayudar y ayuda,
pero no se puede convertir en la meta. En estos casos siempre recuerdo la célebre
alegoría informática de Umberto Eco en 1994 en la que asemejaba el sistema
Apple al catolicismo, por lo que tiene de amigable e icónico, y el MS-DOS (¡qué
tiempos!) al protestantismo, más individualista y tortuoso. Pero a veces nos
podemos pasar de icónicos, y perder de vista la esencia. Lo expresa muy bien el
místico jesuita Franz Jalics:
Forzosamente llegamos a conocer a
Jesucristo a través de imágenes, parábolas y relatos del evangelio. Llegamos a
la fe a través de testimonios y ejemplos de nuestro prójimo, a través de
congregaciones religiosas, celebraciones eucarísticas, días de retiro espiritual
y acontecimientos, actividades, libros […]
Todo esto apunta más allá de sí
mismo al Cristo omnipresente, que vive y actúa en todo tiempo y lugar. Poco a
poco descubrimos el reino de Dios dentro de nosotros, […] en nuestra conciencia.
Aprendemos a contemplar nuestro presente y en él la presencia de Jesucristo, desprovista
de toda forma. Aprendemos a contemplar nuestra realidad y en ella la realidad
misma, la realidad desprovista de forma, de aquel que todo lo abarca, en el que
todo fue creado. (Ejercicios de
contemplación, 254-5)
Comentarios
Publicar un comentario