Hoy me gustaría que me acompañarais a soplar la vela del pastel de cumpleaños, una sola, para conmemorar el añito que llevo ejerciendo de columnista quincenal en el diario La Rioja. Supone un honor y un privilegio. En efecto, hace cosa de doce meses me arranqué por bulerías con la primera columna y un título premonitorio, “De qué pie cojeas”. No sé si ya el lector habitual tendrá clara la respuesta, aunque siempre querría poder afirmar que en la expresión de mis cuestionables opiniones me mueve la búsqueda, siempre a tientas, de lo razonable, o al menos del sentido común, con la sana independencia de quien no aspira ya a merecer algún día una viceconsejería o una asesoría presidencial.
Nunca antes me había comprometido a ejercer de opinólogo con
una periodicidad establecida, y os aseguro que es un ejercicio excelente para quien
busque afilar la pluma. La limitación de tres mil caracteres con espacios (que
casi siempre excedo) ayudan a ordenar las ideas y a moderar el ardor de los
silogismos expansivos. Y tener un plazo de entrega improrrogable también me enseña
a suavizar mi perfeccionismo autoral, que me llevaría a revisar eternamente el
borrador con cada nueva lectura. Declaro que no me mueve ni la rabiosa
actualidad ni los temas del momento; en
ocasiones los asuntos de mis columnas me pueden rondar la cabeza durante
semanas, como fue el caso de aquella, de estudiada intrascendencia, en la que
me preguntaba cuál era el rostro más recurrente en las páginas del periódico,
para concluir que era el del (más) Fantasma (12 julio 2024).
Otro aspecto del oficio de articulista amateur (creedme, no
me enriquezco con esta actividad) es la cierta vulnerabilidad que te acarrea.
El problema de moverte con cierta independencia es que te pueden caer críticas
de ambos lados del espectro (no me refiero al fantasma esta vez). A mi edad, ya
debería haber escarmentado un poco, pero también me planteo que el escritor de
vocación empuña la pluma porque quiere remover conciencias, aunque sea una. Pienso,
un tanto socráticamente, que uno de los peores males que nos acechan es la
estupidez, sobre todo si va hermanada con la cerrazón. Rechazo que haya que
militar en uno de dos bandos, o atrincherarse en uno de los lados del muro, o
la imagen polarizada que se quiera. Y no me importaría recibir un poco más de feedback. Uno de los comentarios provenientes
de un lector fue que la situación política de España es demasiado grave para
tratarla con ironía (véase “Como erradicar la corrupción”, 26 julio). No sé si tendrá
razón, pero en mi caso me cuesta mucho ponerme apocalíptico. O mejor, uno de
mis propósitos vitales es ver la botella medio llena, y no abusar de frases
como “con la que está cayendo”, “no sé a dónde vamos a parar” o “este país de
mangantes no tiene arreglo”.
En fin, espero seguir asomándome a esta ventanita por mucho tiempo. Y me despido agradeciéndoos el haber llegado hasta aquí, porque lo que de verdad busca un escritor es encontrar buenos lectores. También muchos, pero yo prefiero buenos. Como vosotros.
Aparecido en La Rioja, 13 diciembre 2024
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