Escribí esta columna desde Norteamérica hace casi un mes, poco después de las pasadas elecciones presidenciales. Ahora suena un poco obsoleta, pero mis escritos tampoco se caracterizan por su rabiosa actualidad. Y, además, siempre (o casi) toman algún que otro derrotero, como el presente. En todo caso, dado que en este blog he abierto una etiqueta de mis columnas en La Rioja, no quiero que falte esta].
[…] Me atrevo a decir que el norteamericano medio es un zoon politikón de primera magnitud, y la
política y sus vaivenes ocupan una parte importante de la actualidad. De la suya,
claro, pues en absoluto les interesa lo que pasa en España tanto como a
nosotros lo que pasa allí. En efecto, las recientes elecciones norteamericanas
nos han dado que hablar durante varios meses, pero en las esperanzas de la
opinión pública española no había empate: un 99,5 % de los comentaristas
televisivos y radiofónicos que escuché en ese tiempo expresaban sin ambages su
apoyo a Kamala Harris. Es comprensible; además de la aprensión que nos provoca
Trump, en nuestro país somos, o queremos ser, abiertamente feministas, y entendemos
el paso tan fundamental hacia el empoderamiento femenino que habría supuesto que
una mujer hubiera ocupado la Casa Blanca.
En otros países occidentales hay un puñado de mujeres que han conseguido llegar arriba, pero coincide que son más bien de derechas, como Margaret Thatcher, Angela Merkel, Theresa May, y ahora la impopular Giorgia Meloni. De momento, no hemos podido tener a una mujer presidiendo el Gobierno de España, pero al menos unas pocas han llegado a presidir comunidades autónomas. Si el recuento no falla, han sido quince, frente a los ciento dieciocho presidentes. Paridad, que se diga, no hay, y algunas comunidades muy progresistas aún ni se han estrenado. La Comunidad de Madrid es la que más se acerca: tres mujeres frente a cuatro hombres. Sería de esperar que un espectro político identificado con el feminismo debería celebrar el logro de estas en una comunidad tan influyente. Y, sin embargo, tengo la impresión de que, comparativamente hablando, han sido objeto de críticas mucho más feroces y descarnadas por parte de sus contrincantes que las que han merecido los señores presidentes. Recuerdo, allá por el cambio de siglo, la caracterización esperpéntica de Esperanza Aguirre, o el atosigamiento por parte del pelotón de hombretones del Gran Wyoming. También el acoso y derribo a Cristina Cifuentes, que dejó amargamente la política tras ser acusada de delitos de los que acabó siendo absuelta, cuando ya a nadie le importaba. Pero quizá sea Díaz Ayuso el objeto de la más feroz animadversión por parte de sus adversarios políticos, que van a su yugular en cuanto ella la destapa un poco, lo que ocurre con cierta frecuencia.
Por supuesto, no niego que las tres presidentas de Madrid a
menudo hayan merecido y merezcan la crítica. Aquí me refiero a la virulencia
con la que se ejerce, que con frecuencia se acompaña de salidas de tono abiertamente
machistas, como varias recientes del ministro Óscar Puente. Sea como sea, los
auténticos feministas debemos alegrarnos de que haya mujeres que alcancen altas
responsabilidades de gobierno, aunque sean conservadoras. Y aunque acaben en MasterChef.
(Aparecido en La Rioja, 15 noviembre 2024)
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