No sé si sabréis que recientemente me he convertido a la religión del ciclismo urbano. Con moderación, que conste, no soy un neófito demasiado ardiente. De hecho, tampoco soy un neófito en sentido estricto. Hace 25 años tuve mi fase de ir al trabajo en bici, una mountain Specialised amarilla que ya entonces era añeja. Y fui relativamente feliz, hasta que un día estuvieron a punto de arrollarme, la misma mañana dos veces consecutivas, sendas damas al volante que giraron a la derecha sin reparar en el pobre ciclista que pedaleaba a su lado.
Aquel día de hace un cuarto de siglo decidí colgar el casco.
Guardé la mountain bike en el trastero por piezas, y allí reposó hasta el principio
de este verano, cuando decidí darle otra oportunidad; la desempolvé, la puse a
punto en el taller, y volví a recorrer las calles de Logroño con el mismo casco
de entonces y renovados bríos. Uno de los motivos que me animó a retomar la
costumbre fue la red de carriles bici que había dejado a su paso el antiguo alcalde
de la ciudad, Pablo Hermoso de Mendoza. Ahora, pensé, mi vida no correrá tanto
peligro. También os confesaré que me animó un tanto considerar que, si como
conductor de automóvil había visto disminuir notablemente la fluidez del tráfico
ante los caprichosos trazados sinuosos de las adelgazadas vías, como contribuyente debería
aprovechar la inversión. Motivaciones algo mundanas, lo admito.
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carril bici, avenida Lobete |
¿Qué cómo ha sido mi experiencia de ciclista urbano hasta el
momento? Pues como todo en esta vida, con sus pros y contras. Intento circular en carril-bici todo lo que puedo, pero a veces desaparece cual Guadiana, e incluso
en alguna ocasión he visto que acaba en un muro. Nunca faltan los peatones
distraídos que lo invaden, o los camioneros de reparto que se desquitan del recorte
de calles aparcando en mitad del carril-bici con un par. A veces estas
circunstancias me ponen al borde del ataque de ira, pero al menos nadie me ha
arrollado… aún.
Algún amigo (y lector asiduo de este blog) me toma el pelo
diciéndome que he retomado el hábito ciclista en el momento equivocado, cuando
el nuevo equipo municipal se dispone a ejercer la sana costumbre política de
deshacer lo que ha hecho el anterior. No lo sé. Este viernes pasado presencié una movilización de compañeros
ciclistas que protestaban contra la amenaza de supresión de carriles en la
ciudad. No me sumé a la concentración, por un lado, porque no soy muy animal
de multitudes; por otro, aún menos de las de ámbito político, y esta daba la
ligera impresión de rozar este perfil, máxime ante el hecho de que la
convocatoria me llegó por medio de un edil del gobierno anterior.
Estoy convencido de que los que protestaban este viernes en
la Plaza del Mercado y Ayuntamiento lo hacían por una buena causa. Pero, en
esos vaivenes inoportunos que me asaltan de vez en cuando, se me pasó por la
cabeza preguntarme si los mismos que se concentraban allí para ponerle las
pilas al alcalde pepero se prestarían de igual modo a protestar cuando el
presidente de nuestro país pretende, al objeto de que no se desdibuje el contorno de sus santas posaderas en el sillón, dar la llave del gobierno español a un prófugo de la justicia, alguien que admite no solo que el bienestar de España se la
refanfinfla en grado superlativo, sino que le encantaría presenciar su hundimiento, para lo cual nuestro líder está dispuesto a cambiar todo el orden jurídico y constitucional vigente.
En ocasiones me asalta la duda de si, en la movilización
ciudadana, la bondad o la maldad, la justicia o la injusticia, depende mucho del
equipo en que uno juega. Tampoco lo sé. Pero, hablando de equipos, no creo que
al mencionado prófugo le haya complacido el 1-2 de ayer en el Barça-Madrid por
obra y gracia de Bellingham. Pero, en
fin, estoy mezclando demasiados temas.
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