“…he visto sus milímetros de espanto
sus deditos de leche desvalida”
(Miguel d’Ors
Lecciones de historia, V)
Érase una vez cien mil historias de comienzos,
desarrollos, llantos lácteos,
nuevos dientes, balbuceos,
palabritas, nuevos pasos,
mamacacas, juegos, risas,
juntar letras, lloros, cantos,
vacaciones escolares,
riñas, pero más abrazos,
eternas tardes de agosto,
esto de quién lo ha sacado,
las primeras ilusiones,
los primeros desengaños,
qué quieres ser de mayor,
qué harás hoy para lograrlo,
los estudias o trabajas,
los estudios y trabajos,
los encuentros de otros ojos,
los besos entre otros brazos,
asumir obligaciones,
tirar de diversos carros,
saber lo que nadie supo,
decir lo que fue callado,
ser excelso, o (más probable)
mediocre como el de al lado,
ser feliz, o no llegar,
pero poder intentarlo…
Érase una vez cien mil historias
que simplemente no serán.
Me explico.
Solo en el pasado año
(como el otro y como el otro)
unas cien mil mujeres de España
ejercieron su derecho a no ser madres.
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