Uno los acontecimientos de esta semana, que ha pasado inadvertido incluso ante católicos devotos, ha sido la consagración de Rusia y Ucrania al Corazón de María por parte del papa Francisco. Como saben mis lectores, al poco de estallar la guerra me vino al recuerdo esta historia proveniente de las apariciones de Fátima de 1917. Según el testimonio de los tres niños videntes, la Señora les había transmitido el mensaje de que el papa debería consagrar a Rusia a su Corazón inmaculado como modo de evitar las terribles repercusiones de la influencia rusa sobre la humanidad.
A diferencia de otras presuntas apariciones marianas, la de Fátima con el tiempo fue tomada en serio por las autoridades eclesiásticas y por los fieles. Y, aunque la Iglesia deja claro que las revelaciones de la divinidad a particulares no forman parte de lo que alimenta la creencia de los cristianos, los mensajes de Fátima han pasado a ser un especie de complemento nutricional, si se me permite la imagen.
Siendo esto así, es curioso que hasta hace literalmente dos días, acaso por razones de índole diplomática, ningún papa llegara a cumplir este requisito, en apariencia sencillo, para evitar la propagación de los “errores de Rusia” sobre la humanidad. Juan Pablo II, uno de los pontífices con menos pelos en la lengua de este siglo largo, llegó a consagrar el mundo entero en 1983 al Corazón de María, pero se cuidó de mencionar a Rusia, al parecer para no contristar al patriarcado ortodoxo. Ahora, quien rige los destinos de este país ha tenido que actuar con toda su intolerable crueldad para que un papa se haya decidido a incluir la cláusula necesaria.
Alguno de mis lectores habituado a sesudos análisis de política, geoestrategia y socioeconomía internacionales se sorprenderá ante la mera insinuación de que un acto de piedad de un anciano clérigo argentino pueda afectar de alguna forma el desarrollo de esta terrible crisis mundial. Por otro lado, hay quien podría sentirse decepcionado ante cierta imagen, que se desprende de este relato, de María Theotokos como una funcionaria inflexible que exige el impreso correctamente cumplimentado para tramitarlo. Pero, si uno acepta la realidad de la dimensión divina, lo primero que debe admitir es que ignoramos infinitamente más de lo que conocemos. Y, si aceptamos que el Padre eterno se preocupa por sus humanas criaturas, desde el siglo XX nosotras no siempre parecemos dispuestas a descolgar el auricular ante sus llamadas. En palabras de la oración de Francisco, “hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común.” O, como dirían en mi pueblo, estamos duros de oído, y en ocasiones nos tienen que hablar a gritos.
Francisco recordó que la oración no es magia. En cualquier caso, si a partir de ahora las cosas empezaran a mejorar, ¿no sería para ponerse a temblar? O mejor, ¿a estremecerse?
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