Hace más de un siglo, a mediados de 1917, tres niños portugueses relataron que se les había aparecido una dama luminosa repetidas veces, y les había transmitido varios mensajes para la humanidad. En el segundo de ellos se afirmaba que, si no se convertía, Rusia “esparciría sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia, los buenos serían martirizados, (…) y varias naciones serían aniquiladas”. Los pastorinhos, con la ignorancia de la pobreza, inicialmente pensaron que la tal Rusia era una mujer, pero aún así transmitieron el mensaje a sus mayores.
Según los más duchos fatimólogos, la condición que ponía la Señora para que Rusia evitara su funesto destino no ha llegado a cumplirse. Sea por esto o por otros motivos, parece evidente que, a la vuelta de un siglo largo, Rusia (/URSS) ha exportado terror, masacre y represión tanto en su propio territorio como en los países que se han inspirado en su revolución social. Según el conocido estudio coordinado por Stéphane Courtois en 1997 (que algunos consideran que se queda corto), el comunismo soviético habría provocado unos veinte millones de asesinatos a lo largo de su historia, frente a sesenta millones en la República Popular China, dos millones en Corea del Norte, otros tantos en Camboya, o cien mil respectivamente en Hispanoamérica, Europa del Este y España, entre otros. La opinión pública en ocasiones prefiere no recordar que hay demasiada gente que hoy en día vive y muere sin libertad. Y quizá vemos con demasiada naturalidad que políticos de ideologías con un historial de represión compartan sillones en nuestros gobiernos a cambio de un puñado de apoyos.
Esta semana Putin ha demostrado que su amenaza a la paz internacional va en serio, y lo ha hecho de un modo que recuerda mucho los preámbulos de la Segunda Guerra Mundial, cuando Hitler les ganó el pulso a los aliados con su política expansionista. Por primera vez desde hace tres cuartos de siglo se vuelve a percibir el pavoroso espectro de un tercer conflicto internacional, que sería el principio de nuestras peores pesadillas distópicas.
En mi opinión, la pervivencia de Putin en el poder absoluto del mayor país del mundo no se explica sin la peculiar trayectoria de hermetismo y tiranía de partido único que es la historia de la Rusia soviética, por mucha perestroika que supuestamente haya mediado. Y, aunque el enemigo liberticida que ahora acecha en el horizonte lidere un partido definido como neoconservador, no es descartable que en su desafío al occidente democrático se alíen con él varios tiranos del comunismo internacional y de otros estados totalitarios.
A la vuelta de más de un siglo, Rusia sigue esparciendo sus errores. No, pastorinhos, no era una mujer. Ahora tampoco. Ahora es Putin.
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