Me acabo de enterar de que ayer falleció Fernando Marías, a la aún temprana edad de sesenta y tres años, de hepatitis autoinmune. Este escritor nacido en Bilbao irrumpió en el panorama literario español con su novela La luz prodigiosa (1991), que fue objeto de una memorable adaptación al cine por Miguel Hermoso en 2003. Cuenta la vida de un superviviente de un fusilamiento en la guerra civil española, quien muchas décadas después es un anciano amnésico que mendiga en Granada. El giro inesperado ocurre cuando la narrativa da indicios de que el anciano podría ser Federico García Lorca. El otro hito de su carrera fue la novela ganadora del Nadal en 2001, El niño de los coroneles, una reflexión sobre las tiranías.
Si Marías se ganó la fama con novelas cinemáticas, repletas de intriga, giros en la trama y alusiones a la historia, en su última etapa se había vuelto más intimista y lírico. Sus últimas novelas, Carta al padre (2015) y Arde este libro (2021), rememoran episodios familiares o personales con crudeza y valentía.
Invité a Fernando a presentar el número 28 de la revista literaria Fábula en Logroño, a donde acudió el 26 de mayo de 2010. Allí disertó sobre la génesis de su entonces reciente novela, Todo el amor y casi toda la muerte, y confesó que esta se había originado a partir de una intensa experiencia, rozando lo sobrenatural, en la que se le representó el fantasma de una antigua amante a la que había hecho daño. Según nos contó, tal experiencia fue traumática y obsesiva por un tiempo, pero a la larga le enseñó a enmendar sus errores pasados. Aunque entonces no la nombró, es posible que la “aparición” se refiriera a Verónica, cuya desgarradora historia constituye el eje de Arde este libro.Con Eugenio S. de Santa María y Andrés Pascual en 2010 |
Además de esta, tuve el placer de encontrarme con él en otras ocasiones. Una de ellas fue en Madrid el 3 de noviembre de 2011, día en que presenté en la capital mi segunda novela, Mientras ella sea clara, y amablemente se prestó a hacer de padrino del acto en la librería Tres rosas amarillas, junto con Rubén Abella. Recuerdo su insistencia jocosa en que había conocido a la protagonista de mi obra, con toda su vitalidad existencial, encarnada en alguna amiga del pasado.
Pienso que su trayectoria demuestra que el reconocimiento literario es volátil y a menudo proclive al injusto olvido. Recientemente me llegó noticia de que sus nuevos libros no encontraban editor en los sellos comerciales que le acogían en el pasado por no alcanzar el volumen de ventas requerido. Tal repudio no es de extrañar tal como está el patio, pero no deja de dar pena.
Le recuerdo como un hombre sumamente amable, generoso, y siempre con muchos proyectos en la cabeza. Descansa en paz, Fernando. El tiempo pondrá todo en su sitio.
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