Hace unos días los contaba yo a mis sufridos estudiantes de
Literatura Victoriana que las hermanas Charlotte, Emily y Anne Brontë habían
publicado sus obras con respectivos seudónimos masculinos (Currer, Ellis y
Acton Bell): “No quisimos revelarnos como mujeres”, explicaron a posteriori, “porque,
aunque entonces no sospechábamos que nuestra forma de escribir y pensar no era
lo que se consideraba ‘femenina’, teníamos la vaga impresión de que a las
autoras se las mira con mayores prejuicios”. Otra grande de las letras
victorianas, Mary Ann Evans, llegó a una conclusión parecida, y toda su
producción literaria se publicó bajo el nombre de George Eliot. Esto mismo sucedía en otros países como España, donde Cecilia Böhl de Faber escribía como Fernán Caballero, o en Francia, cuna de George Sand, seudónimo de Amantine Aurore Dupin de Dudevant.
Pues bien, en torno a las fechas en las que yo contaba estos hechos, el certamen/macrocampaña más poderoso del panorama literario hispano rompía su habitual y monótona dinámica comercial para revelar que la ganadora de la edición de 2021, la ya bestseller (¡cómo no!) Carmen Mola, era en realidad… tres tipos de mediana edad: Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero.
Las reacciones, obviamente, no se han hecho esperar, unas jocosas, otras indignadas, otras de elevada inspiración ética y/o excomulgatoria. Quizá a mí lo que menos me gusta de este asunto es la constatación de que hay equipos que compiten contra individuos para obtener el jugoso galardón. ¿Qué pensaríamos si en la prueba olímpica de, por ejemplo, halterofilia, ganaran el oro tres personas levantando entre todos el mismo peso que una? Salvo las comisiones universitarias de baremación de méritos, todo el mundo sabe que si tres personas hacen una obra, trabajan menos que si lo hace una sola. Ahora bien, es vox populi que ciertas novelas premio Planeta han sido labor de equipo, así que quizá por esta vez tenga más mérito reconocerlo.
Este falso acto de transgénero es también de transnúmero, pues, al menos para embolsarse el millón de euros, Díaz, Martínez y Mercero se sienten con el cuerpo de una sola mujer. Pero, salvando otras cuestiones, creo que el subtexto de esta polémica es que hay escritores masculinos maduros que empiezan a ser conscientes de que, si fueran mujeres, las editoriales les prestarían más (o algo de) atención.
A la sombra de este caso ha salido del armario Sergi Puertas, un escritor en la cincuentena con nutrido historial creativo, quien ha pasado años enviando novelas y relatos a editoriales y agencias sin recibir siquiera respuesta (ay, ¿de qué me suena?). Tras años de fracaso y silencio, al bueno de Sergi se le hincharon las pelotas (valga la imagería machista), y optó por esconderse bajo el perfil de Lidia, una jovencita de buen ver, la promesa literaria que busca el mercado, y esta vez su suerte cambió. La entrevista en la que narra su historia se puede leer en este enlace.
Según Puertas, “no es ningún secreto que ser autora te beneficia, que los autores lo tenemos más crudo. Esto lo tengo hablado yo (…) con agentes y con editoras y con una autora multipremiada que publica en un sello de primer orden y que es muy amiga mía. Todo el mundo lo sabe. Nadie va a decirlo en voz alta”. Y añade: “Mi única razón para salir del armario es advertir a los señoros fracasadetes como yo de que seguir enviando manuscritos con su firma equivale a tirarlos a la papelera. De hecho, propongo que nos hagamos pasar por chavalillas hasta que no haya un solo manuscrito con rúbrica masculina en ninguna editorial de España”.
¿Exagera Sergi Puertas? No lo sé. Ahí está su peripecia, y tal como la ha interpretado. En todo caso, si usted es alguno de esos "señoros fracasadetes", puede hacer la prueba de mandar a editores y agentes su manuscrito firmado como (pongamos) Cecilia Böhl, o Amanda Dupin, o Mariana Evans... A ver si hay suerte.
A la luz del asunto "Carmen Mola", es divertido releer entradas como esta |
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