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La Casa de Papel, thriller antisistema (III)

(viene de la entrada anterior)

Aunque este planteamiento incurre en numerosas contradicciones, La Casa de Papel representa la rebelión contra el sistema autoritario y corrupto por parte de los colectivos más desfavorecidos. Así lo expresa Palermo en su arenga-con-moraleja: “Esta guerra la vamos a perder, pero muy despacio. Y a ustedes, chicos y chicas de rojo [sic], nosotros… que somos un puto descarte social, que somos los grandes marginados de la historia –trans, delincuentes, arrabaleros, gais, balcánicos, latinoamericanos— ¿qué carajo nos van a decir a nosotros de perder? Sabemos cómo cala en los huesos esta derrota lenta.”  (T5, E 3, 28:00)


En efecto, los atracadores que secuestran a punta de metralleta a decenas de rehenes y quieren privar a España de su reserva de oro (¿una coincidencia con el 36?) son en el fondo gente maja, con sus defectillos, pero plenamente entrañables. Luchan por una buena causa y nunca matan salvo cuando no hay más remedio. Y sin propinan una paliza, como hacen Bogotá y Tokio con el guarda Gandía, es porque este se la merece “por fascista, por [usar lenguaje ofensivo], por racista, por homófobo, por machista” (T5, E2, 39:00).


Afortunadamente el pueblo (ahora llamado ciudadanía) se solidariza con esta rebelión, y monta guardia 24 h/ 7 días alrededor del Banco de España para vitorear a sus paladines. Y aunque la historia esté ambientada en 2020 o 2021, la estructura de estado corrupto se identifica más con la de un gobierno de derechas; es significativo que el jefe de la opresión, el despreciable y faccioso coronel Tamayo, insta a su subordinada a que asuma el marrón de la irregularidad corrupta con la frase: “Sé fuerte”, que recuerda el célebre mensaje de Rajoy a Luis Bárcenas. Cuando oí esta morcilla en la temporada 4, sospeché que no era casual, pero al ver que la exclamación permanece en el sucinto resumen-recordatorio de la temporada pasada, mis sospechas se confirman.



En estos últimos episodios la violencia del estado para reprimir la “legítima” protesta de los desfavorecidos se torna brutal y desproporcionada. Ahora entra el ejército con todo su armamento y con planteamientos de aniquilación, sin importarle las bajas colaterales de rehenes. Para un espectador versado en historia, de alguna forma La Casa de Papel sugiere una recreación contemporánea de la Revolución del 34; el pueblo se ha levantado contra un gobierno injusto (=escorado a la derecha), pero la reacción del ejército es devastadora. No en vano, el grupo de mineros asturianos juega aquí un papel importante, y el pelotón de militares sin escrúpulos que entra en el Banco parece una caricatura de la Legión. Y, al igual que en esa legendaria revuelta, que tanto influirá en el estallido de la malhadada Guerra Civil, los rebeldes de La Casa de Papel tienen una mártir: Tokio. Bella, impetuosa, violenta pero generosa y entregada, capaz de sacrificarse por amor y por la causa; en definitiva, un modelo para nuestras hijas. Un personaje clave, que hasta ahora ha actuado de narradora en off (a menudo castigándonos con introducciones de pretensiones literarias), Tokio, al igual que una nueva Aida Lafuente, caerá con las botas puestas.


Un puñado de heterogéneas observaciones más. Aunque algunos de mis conciudadanos se enorgullezcan de que haya un personaje al que apodan “Logroño”, creo que es más bien un golpe bajo de los guionistas a nuestra noble ciudad. Por otro lado, aunque el personaje de Manila viene rodeado de reflexiones y digresiones que educan al espectador en un mayor respeto por las personas trans, considero más atinado para este fin que el papel lo hubiera encarnado alguna persona transgénero, y no una actriz como Belén Cuesta. Por su parte, la inspectora Alicia Sierra (Najwa Nimri), que en la temporada 4 era definida como “la reina de las hijas de puta” pero ahora se pasa al bando de nuestros amigos, ya no lleva medallas religiosas como las que se destacaban en primer plano. Finalmente, el anticapitalismo de la trama no parece óbice para que la serie siga anunciando marcas de productos de consumo y, aún más, para que genere un abundante merchandising en la industria textil, además de para hacer ganar miles de millones al gigante audiovisual del momento. 

Termino repitiendo que la serie es entretenida y se deja ver. Mi interpretación del trasfondo es, como todo, opinable, y si alguien me adujera que no hay que buscarle tres pies al gato, que esta es tan solo la enésima recreación ficticia del mito de Robin Hood, etc. tampoco le rebatiría mucho. Pero no puedo evitar pensar que el significante nunca deja de tener significado, y cualquier ficción, literaria o audiovisual, transmite un mensaje, sea de un tipo u otro. Y en el caso de una serie española que ha conseguido convertirse en un fenómeno de audiencia, lo increíble sería que no lo aprovechara.

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