Comienza hoy la Semana Santa 2021, la segunda sin procesiones ni manifestaciones multitudinarias de las últimas décadas (hay que remontarse a los años de la Segunda República para la anterior interrupción). Aunque
concibo esta celebración como una oportunidad de reflexión y crecimiento, nunca he
sido un gran seguidor de su carácter folklórico, en el buen sentido de la
palabra. Cuando me animo a salir a la calle a ver las procesiones, no suelo permanecer de pie en el mismo sitio mucho rato, y con frecuencia tiendo a emprender un fast-forward caminando y adelantando a los procesionarios. En otras ocasiones propicias me ha sobrevenido la inspiración para algún relato (véase el de hace dos años).
Respeto mucho, sin embargo, a quienes lo viven de otra
manera. A los que revientan zapatos desfilando durante horas bajo climas primaverales
muy variables; a los que se desloman cargando a hombros los pasos como
costaleros; a los músicos que ensayan las marchas desde el verano anterior;
a los centenares de miles de cofrades que viven con pasión (nunca mejor dicho) estas
manifestaciones, o que han recibido el testigo de perpetuar una tradición de sus
padres, abuelos, bisabuelos…
Sin embargo, este año, como muchísimas otras cosas, tampoco ha
podido ser. Y, para los que abrazamos la cosmovisión cristiana, tal limitación puede
servir como oportunidad de entender que la iconografía puede ayudar y ayuda,
pero no se puede convertir en la meta. En estos casos siempre recuerdo la célebre
alegoría informática de Umberto Eco en 1994, en la que asemejaba el sistema
Apple al catolicismo, por lo que tiene de amigable e icónico, y el MS-DOS (¡qué
tiempos!) al protestantismo, más individualista y tortuoso. Pero a veces nos
podemos pasar de icónicos, y perder de vista la esencia. Lo expresa así el
místico jesuita Franz Jalics:
Forzosamente llegamos a conocer a
Jesucristo a través de imágenes, parábolas y relatos del evangelio. Llegamos a
la fe a través de testimonios y ejemplos de nuestro prójimo, a través de
congregaciones religiosas, celebraciones eucarísticas, días de retiro espiritual
y acontecimientos, actividades, libros […]
Todo esto apunta más allá de sí
mismo al Cristo omnipresente, que vive y actúa en todo tiempo y lugar. Poco a
poco descubrimos el reino de Dios dentro de nosotros, […] en nuestra conciencia.
Aprendemos a contemplar nuestro presente y en él la presencia de Jesucristo, desprovista
de toda forma. Aprendemos a contemplar nuestra realidad y en ella la realidad
misma, la realidad desprovista de forma, de aquel que todo lo abarca, en el que
todo fue creado.
(Ejercicios de
contemplación, 254-5)
Así, aunque este año tampoco podremos besar
los pies del Cristo de Medinaceli o cantar saetas al “Cachorro”, siempre nos
queda ese punto de encuentro que es la conciencia individual. No es fácil
llegar, es un don. Pero, por nuestra parte, al menos podemos permanecer en alerta. Y en silencio.
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