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De charanga y Mortadelo

Anoche cuando me senté en la butaca del salón, alguien estaba viendo en la tele la primera película de Mortadelo y Filemón de Javier Fesser, y me dejé llevar. De este modo me teletransporté (sic) a mi infancia feliz, cuando, en vez de la mal llamada paga, los domingos nos compraban a cada hermano un tebeo (o “chiste”), que durante un tiempo fue invariablemente el Mortadelo.



Este reencuentro con los personajes de mi infancia, aunque en versión algo más picantona de lo habitual entonces (aquí, por ejemplo, Filemón amanece en el calabozo en brazos de un energúmeno y con un bote de vaselina), me ha hecho preguntarme por qué esta pareja singular ha gozado de tal popularidad durante generaciones. Por qué la versión hispana de personajes como James Bond, los dos agentes más insensatos de una agencia disparatada, incompetentes, insensibles y primarios, se sienten como algo tan "nuestro".

Creo que la versión de Fesser capta muy bien el espíritu original de F. Vázquez, que se podría calificar como una jocosa apología de lo cutre, lo chapucero o lo primario como “typical Spanish”. De algún modo, se sugiere, a los españoles nos gusta vernos así, acaso regodeándonos en la hipótesis de que este universo mortadelil, por muy exagerado que esté, es más creíble que el heroísmo inverosímil de los personajes emblemáticos de otras naciones.

No puedo quitar de la cabeza estas ideas cuando observo, cada vez a más distancia, la vida pública española. Y cuando me planteo cómo es posible que tales o cuales personas estén rigiendo nuestros destinos, o tengan estos altos cargos, o presencio el encumbramiento a los puestos de responsabilidad de los más ineptos, la burocracia asfixiante e insensible de las instituciones, la gestión improvisada de las emergencias, el mal gasto del dinero público, la visceralidad con que nos enfrentan quienes deberían unirnos, etc., me viene a la cabeza esa imagen cutre, chapucera o primaria que en algunos momentos nos puede enorgullecer.

Y si en mi infancia eché buenas risas con Mortadelo y Filemón, en mi madurez (por llamarla de alguna forma) espero que no me broten lágrimas cuando me acosen estos ominosos pensamientos.

 

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