No toda la ciudadanía entiende que parte del dinero público se destine a fomentar la cultura. Para empezar, aunque algunos pensamos que es mejor llenar el espíritu que el estómago, por suerte o por desgracia somos minoría. La sanidad y la educación, el orden público y la justicia, y, quizá antes aún, el sustento y la vivienda, siempre tendrán prioridad en los presupuestos.
A esto se añade la problemática sobre el modo en que los poderes públicos deben invertir el dinero de todos en el ámbito cultural. ¿Deben priorizarse las manifestaciones que puedan generar beneficios, las que afecten al patrimonio o al turismo, o por el contrario las que sean deficitarias por definición? ¿Qué ramas de la cultura deben atenderse antes, los largometrajes con presupuestos millonarios que nunca serán rentables en taquilla, o el más modesto fomento de la escritura para el que solo se necesita un boli y papel? ¿Es arte cualquier graffiti urbano de cualquier encapuchado con un spray en mano? O, desde otro punto de vista, ¿será ecuánime el poder al financiar a los creadores, o favorecerá a aquellos que más comulguen con su ideología, o se comprometan a difundirla? ¿O recibirá más cuartos el creador si es del mismo pueblo del director general de turno?
En fin, esta es una cuestión con bastantes puntos de debate. Pero no querría ir tan lejos hoy. El hecho es que existe un Ministerio de Cultura, y, a nivel autonómico, consejerías del ramo. Es decir, está previsto que una parte del dinero público y del personal funcionario se dediquen a fomentar la cultura. No estoy en condiciones de analizar el grado de adecuación de tales instituciones respecto a su misión. Pero siempre puedo contar una pequeña historia particular, la que pasa ante mi vista.
Pues bien, se trata de una reciente experiencia de la iniciativa que coordino desde hace un cuarto de siglo, la revista literaria Fábula. Creo que quien la conozca sabe que es un canal notable para fomentar la cultura literaria, y, en un segundo plano, también la artística y fotográfica. Por Fábula han pasado miles de creadores, jóvenes y maduros, nacionales e internacionales, desconocidos y consagrados. Algunos incluso han iniciado una carrera literaria desde nuestras páginas. Además, lo hacemos con un presupuesto mínimo, ya que el grueso del trabajo lo realizamos un puñado de voluntarios entusiastas sin percibir emolumentos. O sea, es un ejemplo de algo que los poderes públicos volcados en la cultura deberían apoyar.
Es obvio que el confinamiento ha bloqueado los actos culturales colectivos, y en concreto ha retrasado el lanzamiento del número 46 de Fábula previsto para la primavera. Pero, después de mucho pensarlo, entendemos que hay que recuperar la normalidad y nos hemos animado, así que haremos la presentación el jueves 23 de julio en Logroño, apadrinados por el último Premio Nacional de las Letras, Bernardo Atxaga. Para perder el miedo a vernos las caras queremos hacer el acto al aire libre, con distancia por medio y el cielo sobre nuestras cabezas. Con este fin nos propusimos solicitar el patio de la llamada “Bene”, sede de varios edificios administrativos, entre ellos la Dirección de Cultura, un rincón propicio donde en el pasado se han celebrado eventos culturales multitudinarios.
Siempre que hemos presentado Fábula nos han cedido gratuitamente el espacio, bien el Centro Ibercaja, el Ateneo Riojano, o la librería Santos Ochoa, en coherencia con los fines desinteresados de la iniciativa. Pero esta vez nos informaron de que ahora los edificios públicos riojanos no se ceden, se alquilan, aunque nuestra fuente aseguró que sería una cantidad simbólica. Al fin y al cabo, qué otro fin puede tener una dirección de cultura que fomentar la cultura. Bueno, pues emprendimos las gestiones. Tardamos más de un mes en encontrar al interlocutor válido (el teletrabajo, como la etimología sugiere, puede estar muy “lejos”), y para recibir respuesta tuvimos que insistir. Por fin se nos ha contestado que, si queremos presentar Fábula, una revista de ámbito internacional hecha desde La Rioja en un espacio del Gobierno de La Rioja, e invitando al último Premio Nacional de las Letras, debíamos pagar 700 €, contratar un seguro de responsabilidad civil, y presentar un informe de la Agencia Tributaria. Sencillo, ¿no?
A día de hoy creo que vamos a declinar la generosa oferta. Pero da un poco de pena, ¿no?
A esto se añade la problemática sobre el modo en que los poderes públicos deben invertir el dinero de todos en el ámbito cultural. ¿Deben priorizarse las manifestaciones que puedan generar beneficios, las que afecten al patrimonio o al turismo, o por el contrario las que sean deficitarias por definición? ¿Qué ramas de la cultura deben atenderse antes, los largometrajes con presupuestos millonarios que nunca serán rentables en taquilla, o el más modesto fomento de la escritura para el que solo se necesita un boli y papel? ¿Es arte cualquier graffiti urbano de cualquier encapuchado con un spray en mano? O, desde otro punto de vista, ¿será ecuánime el poder al financiar a los creadores, o favorecerá a aquellos que más comulguen con su ideología, o se comprometan a difundirla? ¿O recibirá más cuartos el creador si es del mismo pueblo del director general de turno?
En fin, esta es una cuestión con bastantes puntos de debate. Pero no querría ir tan lejos hoy. El hecho es que existe un Ministerio de Cultura, y, a nivel autonómico, consejerías del ramo. Es decir, está previsto que una parte del dinero público y del personal funcionario se dediquen a fomentar la cultura. No estoy en condiciones de analizar el grado de adecuación de tales instituciones respecto a su misión. Pero siempre puedo contar una pequeña historia particular, la que pasa ante mi vista.
Pues bien, se trata de una reciente experiencia de la iniciativa que coordino desde hace un cuarto de siglo, la revista literaria Fábula. Creo que quien la conozca sabe que es un canal notable para fomentar la cultura literaria, y, en un segundo plano, también la artística y fotográfica. Por Fábula han pasado miles de creadores, jóvenes y maduros, nacionales e internacionales, desconocidos y consagrados. Algunos incluso han iniciado una carrera literaria desde nuestras páginas. Además, lo hacemos con un presupuesto mínimo, ya que el grueso del trabajo lo realizamos un puñado de voluntarios entusiastas sin percibir emolumentos. O sea, es un ejemplo de algo que los poderes públicos volcados en la cultura deberían apoyar.
Es obvio que el confinamiento ha bloqueado los actos culturales colectivos, y en concreto ha retrasado el lanzamiento del número 46 de Fábula previsto para la primavera. Pero, después de mucho pensarlo, entendemos que hay que recuperar la normalidad y nos hemos animado, así que haremos la presentación el jueves 23 de julio en Logroño, apadrinados por el último Premio Nacional de las Letras, Bernardo Atxaga. Para perder el miedo a vernos las caras queremos hacer el acto al aire libre, con distancia por medio y el cielo sobre nuestras cabezas. Con este fin nos propusimos solicitar el patio de la llamada “Bene”, sede de varios edificios administrativos, entre ellos la Dirección de Cultura, un rincón propicio donde en el pasado se han celebrado eventos culturales multitudinarios.
Siempre que hemos presentado Fábula nos han cedido gratuitamente el espacio, bien el Centro Ibercaja, el Ateneo Riojano, o la librería Santos Ochoa, en coherencia con los fines desinteresados de la iniciativa. Pero esta vez nos informaron de que ahora los edificios públicos riojanos no se ceden, se alquilan, aunque nuestra fuente aseguró que sería una cantidad simbólica. Al fin y al cabo, qué otro fin puede tener una dirección de cultura que fomentar la cultura. Bueno, pues emprendimos las gestiones. Tardamos más de un mes en encontrar al interlocutor válido (el teletrabajo, como la etimología sugiere, puede estar muy “lejos”), y para recibir respuesta tuvimos que insistir. Por fin se nos ha contestado que, si queremos presentar Fábula, una revista de ámbito internacional hecha desde La Rioja en un espacio del Gobierno de La Rioja, e invitando al último Premio Nacional de las Letras, debíamos pagar 700 €, contratar un seguro de responsabilidad civil, y presentar un informe de la Agencia Tributaria. Sencillo, ¿no?
A día de hoy creo que vamos a declinar la generosa oferta. Pero da un poco de pena, ¿no?
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