Un buen día de esta semana, algún sabio de los que nos gobiernan decidió que era necesario que toda la ciudadanía llevara mascarilla en público, y sin más demora se implantó la medida, y las calles de nuestro país se han poblado de ciudadanos enmascarados que sobrellevan su embozamiento con naturalidad y paciencia. Una vez más, hemos dado un ejemplo al mundo de solidaridad y de docilidad a la buena guía de nuestros próceres.
Como en muchas otras ocasiones, pronto el mundo de la moda ha hecho de la necesidad virtud. Y así, las grandes y pequeñas marcas han empezado a lanzar todo tipo de modelos, lisos y estampados, discretos y llamativos, a cuadros y a lunares, retro, góticos y deportivos, artesanales, con lentejuelas… El virus nos hace a todos iguales, sí, pero algunos siempre han sido más iguales que otros. Parece ser que la mascarilla masculina top ha sido un modelo negro de Off-White que, tras imponerse vía influencers y demás, se ha agotado y ha llegado a ofrecerse en portales de lujo por unos 1.000 dólares. La tontería humana es inabarcable.
Sin embargo, dicen los expertos que las mascarillas lavables, y más si son de algodón, podrían resultar contraproducentes, y que solo hay tres tipos recomendables: las quirúrgicas, las FFP2 y las FFP3. Pero que estas son todas de un solo uso, más aún las más sofisticadas (es decir, las FFP3). Os confesaré que, antes incluso del inicio del estado de alerta, ante la que se avecinaba un amigo me recomendó una tienda donde vendían packs de cinco FFP3 por 50 euros. Al día siguiente acudí, y ya habían subido a 70, y ni siquiera quisieron darme ticket por imposibilidad técnica. Ahora me entero de que hace tiempo que debería haberlas desechado. En fin, no semos naide.
Las quirúrgicas salen a casi 1 euro, pero a ritmo de una por cada paseo de cada miembro de nuestra familia, el presupuesto mensual para mascarillas va a ser la gota que colme el vaso de nuestra debilitada (o moribunda, según el caso) economía doméstica. En fin, al ser artículos de obligado cumplimiento, ¿no deberían repartirse sin gasto para el ciudadano como parte de las prestaciones de la sanidad pública?
En cualquier caso, espero en que en un futuro no resulte necesario que todos llevemos buzo color butano, o que solo hagamos una comida al día. Aunque seguro que la ciudadanía se apresuraría a acatar la medida con el mismo entusiasmo, si estuviera igualmente justificada.
PD: Por cierto, hace poco reparé en una entrada de mi serie “Fauna urbana”, publicada una año antes de la alerta por pandemia, que ha resultado profética, en especial la imagen que compuse para la ocasión. Se trataba del especímen denominado Contagiator, capaz de acudir a la oficina en estado virulento porque aguanta los síntomas de su enfermedad como un campeón, aunque sus compañeros y clientes empiecen a caer como moscas en días sucesivos. Podéis (re)leerla AQUÍ.
Ay, si la gente leyera más mi blog. Ay, ¡y si me hiciera más caso!
foto CVF |
Como en muchas otras ocasiones, pronto el mundo de la moda ha hecho de la necesidad virtud. Y así, las grandes y pequeñas marcas han empezado a lanzar todo tipo de modelos, lisos y estampados, discretos y llamativos, a cuadros y a lunares, retro, góticos y deportivos, artesanales, con lentejuelas… El virus nos hace a todos iguales, sí, pero algunos siempre han sido más iguales que otros. Parece ser que la mascarilla masculina top ha sido un modelo negro de Off-White que, tras imponerse vía influencers y demás, se ha agotado y ha llegado a ofrecerse en portales de lujo por unos 1.000 dólares. La tontería humana es inabarcable.
Sin embargo, dicen los expertos que las mascarillas lavables, y más si son de algodón, podrían resultar contraproducentes, y que solo hay tres tipos recomendables: las quirúrgicas, las FFP2 y las FFP3. Pero que estas son todas de un solo uso, más aún las más sofisticadas (es decir, las FFP3). Os confesaré que, antes incluso del inicio del estado de alerta, ante la que se avecinaba un amigo me recomendó una tienda donde vendían packs de cinco FFP3 por 50 euros. Al día siguiente acudí, y ya habían subido a 70, y ni siquiera quisieron darme ticket por imposibilidad técnica. Ahora me entero de que hace tiempo que debería haberlas desechado. En fin, no semos naide.
Las quirúrgicas salen a casi 1 euro, pero a ritmo de una por cada paseo de cada miembro de nuestra familia, el presupuesto mensual para mascarillas va a ser la gota que colme el vaso de nuestra debilitada (o moribunda, según el caso) economía doméstica. En fin, al ser artículos de obligado cumplimiento, ¿no deberían repartirse sin gasto para el ciudadano como parte de las prestaciones de la sanidad pública?
En cualquier caso, espero en que en un futuro no resulte necesario que todos llevemos buzo color butano, o que solo hagamos una comida al día. Aunque seguro que la ciudadanía se apresuraría a acatar la medida con el mismo entusiasmo, si estuviera igualmente justificada.
PD: Por cierto, hace poco reparé en una entrada de mi serie “Fauna urbana”, publicada una año antes de la alerta por pandemia, que ha resultado profética, en especial la imagen que compuse para la ocasión. Se trataba del especímen denominado Contagiator, capaz de acudir a la oficina en estado virulento porque aguanta los síntomas de su enfermedad como un campeón, aunque sus compañeros y clientes empiecen a caer como moscas en días sucesivos. Podéis (re)leerla AQUÍ.
Ay, si la gente leyera más mi blog. Ay, ¡y si me hiciera más caso!
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