Como mis compatriotas habrán comprobado en carne propia, estos días hemos recibido montones de cartas de los partidos políticos. Este año más, pues más organizaciones maman de la ubre y, por consiguiente, disponen de más dinero (público) para invertir en propaganda. Pero lo curioso del caso es que todas esas cartas de partidos llevan mi nombre completo, dos apellidos y dirección. Es decir, que yo, como usted, estoy fichado en las bases de datos de organizaciones que no me interesan lo más mínimo y que, al menos, saben dónde vivo.
En estos tiempos en que te marean con cláusulas para salvaguardar la privacidad y que a cualquier colectivo le obligan a contratar dudosos servicios de agencias de protección de datos, resulta que nuestros datos de residencia está en manos de personas a las que nunca se los darías. Sí, los copian del censo, claro, pero entonces, ¿por qué el censo está al alcance de cualquiera?
Esto me trae a la memoria una anécdota que me contó un escritor conocido, columnista en un diario de izquierdas. En una ocasión publicó un artículo muy crítico con una medida del gobierno, y al poco tiempo recibió una llamada directa del entonces ministro del Interior (a la sazón Rubalcaba, q.e.p.d) para pedirle cuentas por el tono y contenido, dejándole claro el estribillo de la canción de Police: "Every step you take..."
En el creciente clima político de agresividad y cainismo, cuando muchos se empeñan en desarrollar el peligroso juego de las dos españas, no me deja tranquilo que nuestros datos obren en poder de manos extrañas. ¿Hay algo que se pueda hacer?
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