Confieso
que unas de las personas que más he tenido presente este fin de semana es Emile
Ratelband, un holandés de 69 años que se siente con un cuerpo de 49 y, por
consiguiente, ha solicitado a los tribunales que modifiquen su partida de
nacimiento y le quiten veinte años de encima. El señor Ratelband, padre de
siete hijos de tres mujeres, quiere seguir postulando como soltero de oro y declara que la edad oficial le corta el rollo en las plataformas de
contactos tipo Timber.
El caso
de este joven holandés encerrado en un cuerpo de anciano parece sacado de mi
novelita Solo yo me salvo, aunque he
de reconocer que, una vez más, la realidad supera con creces la ficción.
Es
posible que los tribunales de su lugar de residencia no le concedan su reclamación…
aún. Pero la lógica es aplastante: si se siente encerrado en un cuerpo de 49, e
incluso tiene un médico dispuesto a reconocerlo, ¿por qué no le van a conceder
un cambio en la partida de nacimiento, una cosa tan prosaica? ¿Por qué no puede
contemplarse también el derecho a modificar el morfema de número?
Si la
cosa prospera y se crea jurisprudencia a nivel europeo, es posible que yo mismo
acabe solicitando un cambio de fecha. Aunque, en estos días en que llevo dando
vueltas al asunto, no alcanzo a decidir si me quitaría años o me los pondría.
En ocasiones me levanto con un cuerpo más remolón de lo deseable, y en esos
momentos no haría ascos a una merecida jubilación anticipada. También pienso en
las reducciones por senioridad en museos, espectáculos o transportes. Aunque,
al igual que Hamlet le veía una pega al suicidio, yo también le veo una a este plan. En
tiempos de Shakespeare, no se cotizaba a la Seguridad Social.
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