Recientemente
regresé de una estancia de un mes en Brighton, Inglaterra, y hoy quería
compartir con vosotros unas impresiones subjetivas y deslavazadas de mis días
por esas latitudes.
Como sabía un personaje de mi novela Mientras ella sea clara, Inglaterra
sigue siendo un buen país para vivir solo. El respeto a la intimidad y a la
individualidad sigue estando muy presente. Por otro lado, cada vez me convence
menos el estereotipo de los ingleses como personas frías y distantes. He
conocido a gente muy acogedora y hospitalaria. También creo que ayuda en este
sentido la llegada de nuevas generaciones provenientes de tierras más cálidas.
Aunque sigo llevando mal que la vida
urbana se recoja las 17:00, Brighton es una ciudad de enorme animación y vitalidad,
mucha juventud y vida social. Es verdad que quizá no sea el lugar más
representativo de Inglaterra; tampoco en el clima: ¡solo llovió en dos días de
los treinta y uno!
Observo que la comida inglesa está
mejorando considerablemente, también como resultado de la creciente
interculturalidad. Y tampoco me ha parecido tan cara, aunque hay mucha
diferencia entre restaurantes de bandeja y los de servicio y propina. Hablando
de precios, siempre he pensado que lo único gratis en el Reino Unido eran los
museos, pero no es así, los hay bastante caros. Por cierto, llama la atención
que una entrada de cine cueste en torno a 16 €, o que un billete de un solo
viaje en metro londinense esté sobre los 6 €. Sin embargo, es digna de mención
la exquisita puntualidad de los transportes. Por ejemplo, la nutrida red de
autobuses urbanos de Brighton anunciaba en las paradas las llegadas de cada
línea, y lo meritorio es que se cumplía al segundo.
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Un selfie tomado en una reciente visita a Londres |
Más a pie de calle, observo que los
ciudadanos mayores (65-70 para arriba) son mucho más pro-brexit que sus hijos y
nietos. Todavía se escuchan discursos como: “Luchamos en dos guerras mundiales
para que nadie nos diga lo que tenemos que hacer”. No es solo una cuestión de
derecha-izquierda, tories versus laboristas, pero para algunos de estos el
Brexit es una forma de reforzar el peligroso avance de la derecha (sea lo que
sea).
Por supuesto, las cuestiones de género
también están muy presentes en los medios. En mis últimos días se avivó cierta
polémica por la revisión de las leyes transgénero: se pretende que se elimine
el requisito vigente de que l@s transexuales tengan que recibir un certificado
médico y observar un periodo de dos años para poder registrarse con el nuevo
sexo. Pero, curiosamente, la oposición más severa a esta reforma proviene de
los colectivos feministas. Estos se apoyan en los casos de supuestas
transgénero (el pronombre correcto hoy en día, aún en singular, es “they”) que,
dotadas de atributos masculinos, ocupan espacios femeninos (duchas, vestuarios,
prisiones, etc.), en los que se han dado lamentables casos de abusos y
violaciones. Pero el activismo transgénero contraataca responsabilizando a las
opositoras a esta reforma de los crecientes suicidios entre jóvenes
transgénero. Una polémica, pues, caliente, de la que es posible que no hayan
llegado muchos ecos informativos a España, ¿me equivoco?
En fin, el Reino Unido,
sigue siendo un país fascinante, con infinidad de contrastes. No tiene
demasiado que ver con el que estudiamos en la literatura del siglo XIX y
primera mitad del XX, pero aún tiene mucho que decirnos a los de su entorno,
haya o no divorcio.
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