Fuente: http://www.aceprensa.com/articles/mientras-ella-sea-clara,
firmada por Adolfo Torrecilla
Mientras ella sea clara
Autor de varios poemarios, libros de relatos y también de la novela Calle Menor, Carlos Villar Flor (Santander, 1966) es, sobre todo, un gran conocedor y un apasionado de la literatura en sus diferentes variantes. También es doctor en Filología Inglesa, profesor de Literatura en la Universidad de La Rioja, investigador, traductor –entre otros, de Evelyn Waugh y George Orwell– y director de la revista literaria Fábula. Esta exhaustiva formación literaria explica en buena parte la calidad de su nueva novela, Mientras ella sea clara.
El argumento, deliberadamente superficial y artificial, explica de una manera muy epidérmica los sugestivos valores que tiene esta novela. Clara, una joven santanderina de 26 años, se encuentra en un momento crítico en su vida, pues su débil carácter y su sobredimensionada levedad la han llevado a un callejón sin salida: “Estoy comprometida en matrimonio con tres hombres distintos”. La novela, escrita en forma de desahogo, es la historia de cómo Clara ha llegado a esta esperpéntica situación y cómo, en el último momento, la resuelve. Sus tres “novios” son Míchum, vigilante jurado y su amor de toda la vida, magnífico personaje; Mario Martello, hombre maduro enfrascado en negocios algo turbios, quien proporciona a Clara los lujos con los que sueña; Pelayo, un arqueólogo madrileño a quien conoce por casualidad y que le alimenta la dosis de espontaneidad y de locura que Clara desea en cualquier relación.
Las cosas se complican al máximo con la irrupción de una leve trama policiaca –protagonizada por un detective muy original– y con el equilibrismo que Clara debe practicar para no coincidir en los ambientes que frecuentan cada uno de sus novios. Aunque la novela está muy bien construida y el argumento mantiene su interés y su intriga en todo momento, sin decaer, no es esto lo más importante, pues el autor, a propósito, juega con la evolución de la trama, el enrevesamiento narrativo y la caída en ciertos tópicos literarios que se apoderan de algunos personajes.
Lo mejor de la novela es el trabajo estilístico del autor y las constantes rupturas con lo que se espera, en principio, en una novela de estas características. “A la vista del chapapote en que se ha convertido mi vida en los últimos días, os juro que tengo que desahogarme con alguien o reventaré”. Con estas palabras de Clara, la principal narradora, comienza la novela, con un estilo natural, chisposo, entretenido, espontáneo, que refleja muy acertadamente las complicaciones psicológicas de Clara, una joven difícil de encasillar, con buenos sentimientos y, a la vez, con una falta absoluta de moral, compromiso y de realismo, todo junto y sin caer en un psicologismo de “manual de autoayuda” ni existencial.
Clara es un excelente personaje, muy de ahora. Esta es otra característica de la novela, que está totalmente adaptada a la realidad actual en el lenguaje, los personajes, las ideas, los sentimientos... Carlos Villar no sólo es capaz de recrear el lenguaje de estos personajes, especialmente el de Clara, sino su mundo interior y su escala de valores, con grandes aciertos sociológicos y con una mirada irónica sobre lo políticamente correcto poco habitual en la narrativa contemporánea.
El argumento, deliberadamente superficial y artificial, explica de una manera muy epidérmica los sugestivos valores que tiene esta novela. Clara, una joven santanderina de 26 años, se encuentra en un momento crítico en su vida, pues su débil carácter y su sobredimensionada levedad la han llevado a un callejón sin salida: “Estoy comprometida en matrimonio con tres hombres distintos”. La novela, escrita en forma de desahogo, es la historia de cómo Clara ha llegado a esta esperpéntica situación y cómo, en el último momento, la resuelve. Sus tres “novios” son Míchum, vigilante jurado y su amor de toda la vida, magnífico personaje; Mario Martello, hombre maduro enfrascado en negocios algo turbios, quien proporciona a Clara los lujos con los que sueña; Pelayo, un arqueólogo madrileño a quien conoce por casualidad y que le alimenta la dosis de espontaneidad y de locura que Clara desea en cualquier relación.
Las cosas se complican al máximo con la irrupción de una leve trama policiaca –protagonizada por un detective muy original– y con el equilibrismo que Clara debe practicar para no coincidir en los ambientes que frecuentan cada uno de sus novios. Aunque la novela está muy bien construida y el argumento mantiene su interés y su intriga en todo momento, sin decaer, no es esto lo más importante, pues el autor, a propósito, juega con la evolución de la trama, el enrevesamiento narrativo y la caída en ciertos tópicos literarios que se apoderan de algunos personajes.
Lo mejor de la novela es el trabajo estilístico del autor y las constantes rupturas con lo que se espera, en principio, en una novela de estas características. “A la vista del chapapote en que se ha convertido mi vida en los últimos días, os juro que tengo que desahogarme con alguien o reventaré”. Con estas palabras de Clara, la principal narradora, comienza la novela, con un estilo natural, chisposo, entretenido, espontáneo, que refleja muy acertadamente las complicaciones psicológicas de Clara, una joven difícil de encasillar, con buenos sentimientos y, a la vez, con una falta absoluta de moral, compromiso y de realismo, todo junto y sin caer en un psicologismo de “manual de autoayuda” ni existencial.
Clara es un excelente personaje, muy de ahora. Esta es otra característica de la novela, que está totalmente adaptada a la realidad actual en el lenguaje, los personajes, las ideas, los sentimientos... Carlos Villar no sólo es capaz de recrear el lenguaje de estos personajes, especialmente el de Clara, sino su mundo interior y su escala de valores, con grandes aciertos sociológicos y con una mirada irónica sobre lo políticamente correcto poco habitual en la narrativa contemporánea.
Comentarios
Publicar un comentario