Hace unos días leía en La
Rioja la sentencia a tres años de prisión para el hombre que mató a otro en
Logroño en 2023 por una discusión de tráfico. Al parecer, ambos conductores se
enfrentaron y el agresor propinó un puñetazo a la víctima, que cayó de espaldas
al suelo, se golpeó en la cabeza, y falleció por el traumatismo. Si hubiera una
clasificación de causas absurdas de muerte, esta se llevaría bastantes
nominaciones. En esta línea, hace unos días presencié un incidente que, aunque
no llegó a mayores, pudo rozar la tragedia. En una piscina abierta al público
un usuario se incorporó a una calle hasta entonces ocupada por un solo hombre. Al
poco tiempo, ambos se enzarzaron en una discusión destemplada: uno quería que
se dividieran la calle en dos mitades, para que cada uno nadara por la suya,
mientras que el otro prefería hacerlo por el margen derecho. Uno alegaba que
había llegado antes, y el otro que su opción era la más lógica. Acudió el
socorrista a mediar, pero ninguno daba su brazo a torcer, y preferían seguir
chocándose antes que ceder. Afortunadamente, el que llevaba más tiempo
recapacitó y al cabo de unos minutos dio por concluida su sesión y se retiró al
vestuario, ante el alivio de los observadores.
Esta riña me hizo reflexionar sobre lo poco que cuesta
discutir con el prójimo por idioteces, y cómo en ocasiones una chispa
insignificante puede acabar en tragedia. Llegar a acuerdos y negociaciones, lo que
implica ceder parte de nuestros criterios o supuestos derechos, es una asignatura
difícil de aprender, pero vital para que una relación de pareja, de amistad o
de compañerismo pueda funcionar. Como es notorio, la vida política de nuestro
país no proporciona los mejores ejemplos de concordia. Los dos partidos
supuestamente moderados que representan a la mayoría de votantes no parecen
dispuestos a negociar entre sí, sino que se despellejan mutuamente con razón o
sin ella (últimamente con más razón), de modo que, para formar gobiernos
nacionales o autonómicos, el partido más votado necesita comprar los votos de
los extremos, al tiempo que el otro partido “moderado”, que jamás negociará con
aquel, le recrimina que lo haga. Todo un círculo vicioso, del que ahora tenemos
un nuevo ejemplo en Extremadura, que no será el primero ni el último.
Seguimos en tiempo de Navidad, una fiesta que conforme más
se extiende en duración (ya he escrito sobre los turrones en octubre) más
parece alejarse del sentido primigenio. Pero quizá podría ser una buena ocasión
para reflexionar sobre los datos que arrojó un reciente estudio de la
organización More in Common, que concluía que cinco millones de españoles han
roto relaciones familiares o de amistad por desacuerdos políticos o ideológicos,
y la disensión llega al punto de que, cuando en un grupo se abre debate sobre asuntos
como la inmigración, la igualdad de género o el modelo territorial, seis de
cada diez españoles optan por cambiar de tema. En fin, siempre nos quedará
cantar villancicos. A menos que el cuñado prefiera La Marimorena, y tú Noche de
Paz, claro.
Aparecido en La Rioja, 17 de diciembre de 2025. Ver todas las columnas.

Comentarios
Publicar un comentario