El excelente reportaje del pasado martes, firmado por Nuria Alonso, [en el diario La Rioja] sobre los gastos de las primeras comuniones en nuestra comunidad me da que pensar. Las agendas de restaurantes copadas hasta 2026, con presupuestos que oscilan entre 2.500 y 13.500 euros por banquete; un vestuario que va entre 280 y 700 € para el vestido de las niñas, y entre 224 y 450 € para el de los niños, a lo que hay que añadir los zapatos. A esto súmese también el reportaje fotográfico, la peluquería, detalles para los invitados, y, por supuesto, los regalos. Imagino que el balón de reglamento de mis tiempos (como se decía para distinguirlo de una simple pelota de goma) ha dado paso a iphones, patinetes eléctricos, o Nintendos Switch. Muchas son las familias que están dispuestas a tirar la casa por la ventana para celebrar el “día más feliz” en la vida de sus hijos, aquel en el que, tras unos años de preparación, por fin van a recibir a Jesús sacramentado. Un sacrificio que contrasta un poco con el hecho de que, para muchos niños y niñas, la primera comunión suele ser la última, pues sus progenitores no están muy por la labor de seguir acompañándolos a la iglesia, aunque a partir de ahora comulgar salga gratis.
Recuerdo que en mi colegio todos los de mi clase hicimos la
comunión con el mismo atuendo, una sencilla túnica blanca que supongo que
heredé de mi hermana. Aunque en su momento me dio un poco de vergüenza llevarla,
desde la distancia entiendo que quizá tal uniformidad sea más adecuada para la
ocasión que el despliegue de vestidos cuasinupciales y de trajes de marinerito
o de almirante (este más caro, pues lleva más condecoraciones, según el citado
reportaje). En el triste día en que escribo esto no puedo dejar de pensar en
otros trágicos marineros infantiles, los que llegaron el miércoles de Guinea y
Senegal a las costas de El Hierro a bordo de una patera con 160 personas. Al ir
a desembarcar tras un penoso viaje de diez días, a pocos metros de tierra firme
se volcó la barca y veinte menores quedaron atrapados debajo, y de ellos
murieron al menos tres. Y también en este mismo día leo que las comunidades
autónomas siguen reuniéndose en comisiones sectoriales nacionales para debatir
cómo escaquearse de asumir la protección de los miles de menores que han
llegado a Canarias en similares circunstancias. Huyendo del hambre y la miseria
han sido marineros a su pesar, aunque nunca hayan vestido de blanco con gorra y
charreteras. Hay quien piensa que no podemos asumirlos. Yo de esto no entiendo
mucho, pero sospecho que, si se revisara un tanto a la baja las ingentes
dotaciones de dinero público destinado a la gestión de los partidos políticos,
a la contratación libre de miles de asesores (incluyendo amantes), a la
financiación desproporcionada de sindicatos, al pago de facturas electorales con
las comunidades autónomas “históricas”, o a tantos miles de despilfarros
institucionales, estoy seguro de que muchos de esos pequeños marineros a su
pesar podrían encontrar un hogar digno en España. Pero ya digo que de esto no
entiendo.
Comentarios
Publicar un comentario