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Enseñar la lengua

En estos días unos 1600 jóvenes riojanos conocerán sus calificaciones en la primera convocatoria de la PAU, y empezarán a encaminar sus pasos hacia la siguiente etapa de sus estudios, la universitaria. Aunque las decisiones que ahora tomen podrán ser, por supuesto, revisables, sus opciones van a poner en marcha una cadena de causas y efectos que determinarán buena parte de su futuro. Les mando desde aquí mis mejores deseos de que tomen las decisiones correctas; y a quienes se presentan a la convocatoria de julio, mis ánimos para que la segunda sea la vencida.


Una de las asignaturas de las que han tenido que examinarse la totalidad de los alumnos es Lengua Castellana y Literatura, una materia muy necesaria no solo para los que vivimos cerca de su cuna. En efecto, no todos vamos a utilizar de modo cotidiano los logaritmos neperianos, pero nuestra lengua materna es el vehículo habitual de comunicación en la vida diaria, por lo que una esmerada educación en sus estructuras nos permite expresarnos con mayor precisión y riqueza, y, en definitiva, entendernos mejor. Sin embargo, la que debería ser una asignatura gozosa y disfrutable quizá se enfoca como un jeroglífico extendido, una exhaustiva búsqueda taxonómica para identificar anáforas, hiperonimias o coordinadas ilativas. Según mis fuentes, muchos alumnos encuentran este modo de enseñar la lengua bastante abstruso y les provoca rechazo. Quizás sería un buen momento para que las autoridades educativas riojanas exploraran otros enfoques, como las posibilidades de la escritura creativa en la enseñanza de lengua. Aunque algo me dice que esto no interesa mucho, no sé muy bien por qué.


En cuanto a la segunda parte de la asignatura, la literaria, supongo que goza de más aceptación, pues la literatura conecta directamente con la vida. Sin embargo, hay un aspecto que me llama la atención. En el temario de 2º de bachillerato de nuestra comunidad, las tres lecturas obligatorias que supuestamente ilustran lo mejorcito que se ha escrito en castellano en el siglo XX son El árbol de la ciencia (Pío Baroja), La casa de Bernarda Alba (Lorca), y Crónica de una muerte anunciada (García Márquez). No hay duda sobre el valor literario de las tres, aunque confieso que en mi selección personal El árbol de la ciencia no estaría ni entre los top 200. En todo caso, lo que me llama la atención es que en las dos primeras ambos protagonistas se acaban suicidando, incapaces de soportar los obstáculos que les pone la vida, y de alguna forma el desenlace trágico justifica esta opción (en la tercera matan al protagonista ya desde el título). En el contexto actual de justificada alarma por el aumento de suicidios juveniles, me preocupan las conclusiones que pueda derivar una mente adolescente sobre las motivaciones de Andrés Hurtado o la pobre Adela para poner fin a sus vidas. Estoy seguro de que, al analizar estas obras en sus aulas, los educadores enfocarán la temática de un modo conveniente. Pero no sé, quizá sea el momento de replantear la selección de títulos.


Aparecido en 
La Rioja, 13 de junio de 2025. Ver todas las columnas.

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