Quisiera aprovechar estos días en que todos tenemos una mayor conciencia de la diversidad para sugerir una modesta proposición relativa a la discriminación que sufren las personas zurdas. No me refiero, por supuesto, a nada que tenga que ver con opciones políticas, sino a la condición zurda en el sentido más físico de la palabra: las personas que escriben, dibujan, manejan el ratón del ordenador, etc. con la mano izquierda. Sin duda, la sociedad tiene con ellas una dilatada deuda histórica que va siendo hora de reparar.
Empezaré confesando que yo soy zurdo. Hasta ahora no me había
atrevido a declararlo abiertamente, cohibido ante la discriminación a la que se
nos somete, descarada o sutilmente, desde tiempo inmemorial: los hábitos de
escritura, el saludo universal tendiendo la mano derecha, el mobiliario de las
aulas y salones (pensemos en la bandeja de las sillas-pupitre), el diseño de
instrumentos musicales, o el de los mismos automóviles. De una forma u otra se
nos ha impuesto que la normalidad pasa por lo diestro. El mismo lenguaje toma
partido discriminatorio: compárese lo positivo de ser “diestro” o de tener
“destrezas”, frente a lo “siniestro”, la “siniestralidad”, etc.
Por eso, aprovechando estas fechas en que los gobernantes,
políticos y creadores de opinión se muestran al mundo genuinamente volcados en
la defensa de la diversidad e igualdad, quisiera instarles a que abrazaran
también la causa de la zurdería. Para empezar, les pediría que invirtieran
una parte generosa del erario público en dar visibilidad a nuestra historia,
problemática y condición. Podríamos empezar por potenciar mucho más el 13 de
agosto, día mundial del orgullo zurdo (¿alguien se había enterado?),
anunciándolo en autobuses, expositores públicos, entidades financieras,
universidades y todos los centros de educación pública, instituciones
culturales, bibliotecas, etc. Pronto este día debería dar paso a una semana, y
de ahí al mes, o acaso a una cuaresma de preparación para una semana laicamente
zurda.
Por supuesto, sería necesario invertir en educación; incluso si
no se exigiera en las próximas oposiciones de plazas educativas que todas las
personas adjudicatarias fueran zurdas (algo que tampoco sería excesivo, dada la
necesidad de compensación histórica), al menos deberían firmar algún tipo de
compromiso legal de fomentar los derechos de las personas zurdas. Lo mismo se podría
aplicar a otros puestos laborales y oposiciones. Igualmente, las subvenciones
en materia de juventud, sociedad y cultura, dentro de los principios de libre
competencia, deberían incluir una priorización de los beneficiarios con esta
orientación.
No sería desdeñable involucrar a las grandes cadenas de
comunicación y entretenimiento, acaso con incentivos económicos y fiscales. Por
ejemplo, exigir a Netflix y a Disney que en las series de éxito mundial los
personajes más simpáticos, generosos y altruistas fueran siempre zurdos; o que,
entre las categorías para clasificar los géneros fílmicos, junto a comedia,
acción, musicales, etc. se incluyera la categoría “zurdería”.
En fin, esta es solo una modesta proposición, pero creo que la
sociedad debe garantizar de manera más igualitaria los derechos de las personas
zurdas. Y, por cierto, ya que me lo preguntáis, yo no nací zurdo. Soy zurdo por
elección personal.
Aparecido en La Rioja, 28 junio 2024.

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