En los últimos años del siglo XX me inundó la impresión (probablemente disparatada) de que cada mes se inauguraba una nueva oficina inmobiliaria en Logroño. Ahora me sucede algo similar con los gimnasios de fitness y musculación. Últimamente en mi camino al trabajo paso cerca de cuatro o cinco de estos, y me entra una sensación curiosa cuando, en mi trayecto de rápida zancada, poso la vista en las escenas de interior y veo a alguno de sus usuarios también ejercitando la zancada bajo techo, con ropa ajustada, viendo alguna serie en el móvil, y acaso con el coche en el parking esperando a que termine.
La proliferación de gimnasios es, por un lado, un signo de
nuestros tiempos. Nuestra juventud, que no es tan dada a los ejercicios
espirituales como los que rodara en los sesenta Basilio Martín Patino, sí que
parece más adepta a los corporales. Cine, series, tiktokers, influencers y
todos los elementos que conforman el ambiente anímico de nuestros jóvenes
parecen más que nunca animarles a cultivar cuerpos esculturales o de superhéroe,
dentro o fuera de las diversas operaciones bikini.
Sin embargo, no hay que desdeñar los méritos del ejercicio
físico en la salud personal, y por ende colectiva. El dicho despectivo “Sangre
que mueve músculo no mueve cabeza”, además de ser falso y bastante
envidiosillo, contradice el otro adagio más sabio de “Mens sana in corpore
sano”. Una persona que desde la juventud aprende a cuidar su cuerpo, además de
gozar mayoritariamente de una mejor salud física y mental, será mucho menos
onerosa a las arcas públicas en los presupuestos sanitarios. Incluso me
atrevería a proponer que se concedieran beneficios fiscales a los que
practiquen ejercicio de modo regular (¿así como penalizaciones a los que se
envenenen voluntariamente, o sería demasiado?).
He de confesar que yo nunca he sido asiduo de este tipo de
gimnasios, aunque por supuesto respeto mucho a quienes lo son. Y además de pequeñas
objeciones estéticas y olfativas, ahora, bien pasado el ecuador de mi vida,
creo que no es el momento de forzar columna y articulaciones en los exigentes
ejercicios de musculación. Como diría W.B. Yeats, “este no es país para
viejos”. Pero la edad madura no es excusa para dejar de moverse. Creo que es el
momento de explorar los muchos beneficios de actividades físicas más serenas como
el yoga, taichí, chikung, pilates, gyrotonic, body rolling, etc.
Este último, el body
rolling, ha sido uno de mis más recientes descubrimientos. Consiste en ejercicios
suaves en los que se emplean unas pelotas especialmente diseñadas como
herramientas terapéuticas, ideales para sanar contracturas, rigideces,
desalineaciones del cuerpo, dolores en cuello, espalda, etc. Pero este es solo
un ejemplo más; escoger la actividad física más adecuada a nuestras necesidades
nos ahorrará muchos medicamentos y bastante malestar. La enfermedad y el envejecimiento siempre nos
acechan a la vuelta de la esquina, pero tampoco es cuestión de echarse en sus
brazos. En definitiva, cuidar el cuerpo es también usar la cabeza.
Aparecido en La Rioja, 8 de marzo 2024
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