Un tema que me parece fascinante es el de las deformaciones profesionales, esas cualidades no siempre positivas con las que la propia profesión esculpe la personalidad. Así, aunque por supuesto hay muchos individuos virtuosos que se libran de sus respectivas enfermedades, es más fácil que la soberbia de quien no admite más autoridad sobre su cabeza aceche a un juez antes que a un barrendero, igual que la desconfianza al abogado, el autoritarismo al oficial, la ambición al político, la desidia al funcionario, la mendacidad al vendedor, o la vanidad al artista.
Comentando estos temas con una inteligente compañera, surgió
natural la cuestión de por dónde nos aprieta el zapato a los docentes universitarios.
¿Acaso nos achecha la soberbia del juez cuando evaluamos a nuestros alumnos, o
más bien la vanidad del autor cuando elaboramos nuestros interminables
currículos de méritos? Es curioso que, aunque sean enfermedades del alma bien
diferentes, la virtud que tradicionalmente se contrapone tanto a la soberbia
como a la vanidad sea la humildad. Y como colofón semijocoso de este debate, mi
compañera me espetó: “Y tú, Carlos, ¿eres humilde”.
¿Humilde yo? Hice un examen de conciencia de dos o tres
segundos. La Santa de Ávila insistía en que humildad es andar en verdad. “No
especialmente”, contesté (al tiempo que mi fuero interno me sugería que los había
peores… cómo somos los humanos).
Sea como fuere, el desarrollo último de mi vida académica está
contribuyendo en gran medida a mi cultivo de una mayor humildad. En concreto,
hace unos meses logré los que podría entenderse como una cima en mi
trayectoria: publicar un libro de investigación en Oxford University Press. Ya
sabéis (fieles lectores del blog) que me refiero a los viajes de Graham Greene
por España, una investigación inédita en el campo de la biografía literaria que
me ha llevado ocho años de mi vida. Mi yo ingenuo y “no especialmente humilde”
me sugería entonces que quizá tendría cierta repercusión, que en mi campo de
estudio tal logro podría tener algún tipo de similitud con publicar un artículo
científico en Nature o similares
foros.
Pues bien, la noticia apenas ha tenido eco: una notita en la
versión digital del diario La Rioja,
y otra en El Diario Montañés (que
envié personalmente a mi admirado Guillermo Balbona para añadir que Greene sí pasó
por Cantabria). Que yo sepa, esto ha sido todo (o, como diría Bugs Bunny, That’s all, folks!). No pierdo la
esperanza de que todavía me dediquen un hueco en la página web de mi
universidad; pero, incluso aunque lo consiguiera, todo esto se revela a todas
luces insuficiente para que el supuesto logro se me acabe subiendo a la cabeza.
¿Veis? No perdáis la esperanza. Con el tiempo podré llegar a
ser un poco más humilde. O, si me apuráis, el más humilde del mundo, incluso.
Comentarios
Publicar un comentario