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PONGAMOS QUE HABLO DE LONTANA

Me vais a perdonar que, por esta vez, me ponga nostálgico y autobiográfico. Y es que esta semana se cumplen veinte años de una pequeña efeméride personal: mi debut como novelista en la ilustre ciudad de Logroño. O, lo que es lo mismo, la presentación en febrero de 2004 de mi primera novela, Calle Menor, un guiño a la memorable película de Bardem en la que la joven humillada pasa a ser una novata profesora de latín recién llegada a la universidad, y el guaperas-conquistador es un alumno que realiza una cruel apuesta ante sus desalmados compañeros.

Eran los tiempos en los que febrero era todavía el mes más frío, y recuerdo que ese día cayó una nevada severa, que hizo peligrar los accesos a la ciudad desde localidades limítrofes. Cinco minutos antes de que comenzara el acto en el Ateneo Riojano apenas había público, pero de pronto la sala se empezó a llenar hasta arriba, en su mayoría desconocidos; también eran los tiempos en que en Logroño no se presentaban tres o cuatro novelas a la semana, como ahora (o quizá que al finalizar había picoteo, quién sabe).

En la presentación me acompañaron el periodista Marcelino Izquierdo y el médico-escritor Fernando Sáez Aldana, sendas plumas de oro que han dejado huella en la longeva historia del diario La Rioja. Entre los tres diseccionamos prudentemente esta tragicomedia de provincias que aborda, al igual que su inspiración bardemiana, el tema de la mezquindad, esa crueldad civilizada y cotidiana de quien se cree normal e incluso majete, pero es capaz de hacer daño a un inocente sin apenas percatarse.

Con el tiempo, la criatura me trajo varias alegrías. Además de merecer buenas reseñas y de quedar finalista en el I Certamen de novela Tristana, fue preseleccionada para ser versionada en RTVE (proyecto que no prosperó), y en 2005 me invitaron a clausurar un congreso sobre Calle mayor en Valencia, donde compartí mesa redonda con unos amabilísimos Betsy Blair y José Luis Borau (que en paz descansen). Más tarde Borau citó la novela en su discurso de ingreso a la Real Academia de la Lengua, que versó sobre la inspiración fílmica en la literatura.

Otras repercusiones me hicieron aprender que un novelista debe tener cierto cuidado con el tipo de ambientes que recrea, sobre todo si vive en una ciudad pequeña, que en la novela se rebautiza como “Lontana”. Así, entendí por qué Clarín en su magistral La regenta describió diversos ambientes sociales, pero se cuidó mucho de hacerlo con los que le eran familiares. Yo, más ingenuo que don Leopoldo, situé la acción entre entornos conocidos, universitarios y culturales-literarios, lo que provocó algunas susceptibilidades que siempre he considerado injustificadas.

En fin, gajes del oficio narrativo, supongo. En cuanto a mi trayectoria como novelista incoada con Calle Menor, digamos que de momento ha tenido una recepción que llamaremos discreta. Es natural, ya hay demasiados escritores y no tantos lectores para todos ellos. En cualquier caso, a los de mi segmento de popularidad siempre nos quedará consolarnos con la ilusión del reconocimiento póstumo, en la línea de Kafka, Emily Dickinson, John K. Toole y otros. Como solía decir mi santa madre, quien no se consuela, es porque no quiere.

(Aparecido en La Rioja, 23 febrero 2024)

La Rioja, 28 febrero 2004


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