En mi querida España (mía y nuestra) aún se puede oír la expresión “ser creyente” como sinónimo de ser hijo/a practicante de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Es sin duda un buen ejemplo de elipsis, reflejo de generalizaciones que evocan épocas pasadas. Resulta obvio que se puede ser creyente de muchas fes: en el progreso, en la ciencia, en la bondad innata del ser humano, en la maldad innata del ser humano, en el caos, en el cosmos… incluso en el ateísmo (una de las más contumaces); y, por supuesto, también en la existencia de una inteligencia divina creadora que rige el mundo y que requiere cierta respuesta o concienciación por nuestra parte.
Pero las fes religiosas tienen mucho de cosmovisión, y, por tanto, plantean prioridades. A nadie extraña que no se pueda hablar de Jesucristo en una escuela de Kabul, ni antes ni (desde luego) a partir de ahora. Lo curioso es que tampoco se pueda en países de libertades como EE.UU o Reino Unido; según las leyes de igualdad de oportunidades y contra la discriminación, etc… ninguna religión es más que otra, y por tanto no se puede manifestar en ámbitos públicos la consiguiente predilección que conlleva optar por una en particular.
Pero… ¿son todas las religiones igualmente válidas?, me pregunto yo. ¿Todas nos acercan de igual modo a la Inteligencia Divina, por diversos caminos? ¿O, como pasaba con los detergentes que se anunciaban años atrás, algunos como Colón “limpian más blanco”?
Como sabe cualquiera que haya visto la saga de Indiana
Jones, hay religiones malvadas, e incluso abiertamente diabólicas. O, como diría C.S. Lewis, los pueblos crueles desarrollan religiones crueles. Supongo que una
fe que predica que Dios es amor, y que la relación con nuestros congéneres
debe tomar como pauta el (habitualmente incuestionable) amor a uno mismo, o
intentarlo al menos, no es igual que la que predique que el otro es mi enemigo
y que, si no acepta mi cosmovisión, me es lícito torturarlo y aniquilarlo.
Pero no es menos malvado o diabólico el razonamiento de algunos sofistas occidentales que se lamentan del odio provocado por algunas religiones, o la forma pervertida de entenderlas, y a continuación extienden tales efectos perniciosos a cualquier otra religión, sin paliativos, habitualmente la más cercana.Tal argumento sofista, sin embargo, queda desmantelado cuando uno analiza con cierto rigor histórico los fundamentos religiosos de las sociedades actuales que más valoran la libertad, la solidaridad, la conciencia social y la acogida al más necesitado.
De todos modos, ¿a quién le interesa hoy en día el rigor histórico?
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