Conforme me hago más viejo (o más perro) crece mi desconfianza hacia los mecanismos que filtran y configuran la opinión pública. Qué es lo que hace que todos hablemos al unísono de los mismos temas o dejemos de hacerlo cuando ya no toca. No todas las guerras son igualmente denunciables, ni todos los dictadores merecen la misma crítica, ni todas las enfermedades mortales acaparan la misma atención.
Si es lógico que estos días Afganistán ocupe el foco
mediático, hay tragedias y desastres humanitarios que persisten lastimosamente
y cuya divulgación, por los motivos que sea, no interesa. Este es el caso de la
persecución de los adeptos de Falun Gong en la República Popular China, una
inicua violación de derechos humanos sobre la que me informó una de sus víctimas
desde el stand instalado en una concurrida calle de Dublín.
Falun Gong es un reciente movimiento budista de práctica
espiritual y meditación estilo Chi Kung. Aunque en sus orígenes gozó del
beneplácito del Partido Comunista chino, con el tiempo Falum se ha extendido
enormemente (los seguidores se estiman entre 70 y 100 millones) y, con su
énfasis en los principios de veracidad, compasión, tolerancia y no-violencia,
pronto escapó del control del Gran Hermano. Así, desde 1999 este ha recurrido a
su compleja maquinaria de terror y violencia para represaliar a los potenciales
disidentes.
Además de detenciones, encarcelamiento, reeducación (sic), trabajos
forzados y tortura física y psicológica (un informe de las Naciones Unidas
denuncia que un 66% de los casos de tortura en China se ejerce sobre los
seguidores de este movimiento), quizá la represión más devastadora llevada a
cabo por el comunismo chino sea la extracción de órganos de prisioneros de
conciencia de Falum para su venta a camaradas que puedan pagar unos 150.000
euros por pieza. Al parecer, los hábitos de meditación y ejercicios de energía
que practican los adeptos de este movimiento contribuyen a que sus riñones,
hígados, pulmones o corazón sean especialmente cotizados en el macabro mercado.
Benedict Rogers, delegado de la Comisión de Derechos Humanos del Partido Conservador
británico, ha afirmado que estos órganos se extraen de los prisioneros de Falum
mientras aún están vivos.
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