El otro día me dejé caer por una feria del libro local, y en uno de los stands (también llamados casetas) se hallaba un autor joven, no llegaría a los treinta, bien parecido, con su impecable barbita de pocos días. De pronto dirigió la mirada y una amplia sonrisa hacia el grupo heterogéneo de ojeadores y nos apeló: --Disculpen. ¿Algunos de ustedes es lector habitual de novela negra? Porque aquí tienen un magnífico…
Mi timidez innata me impidió responder de inmediato (y mucho menos revelarme como autor de sendos thrillers), pero no hizo falta, pues dos o tres chicas con acento andaluz asumieron la interlocución. El joven autor se mantuvo encantador, casi seductor, durante las ulteriores fases conversacionales, aunque no me quedé a comprobar si se consumaba el acto adquisitivo. Pero la escena me conmovió y permaneció en mi memoria, desatando inevitables recuerdos de tiempos no tan lejanos.
La editorial Libros del Asteroide es una de esas honrosas excepciones que se molesta en contestar a sus ilusos postulantes (cada vez son más las editoriales que no han leído mi antigua entrada y guardan un inelegante silencio), aunque se trate de un mensaje automático tras recibir un manuscrito no solicitado en el que se dice al remitente que no espere nada. Menos da una piedra. Tal mensaje, que apela a la conciencia del candidato a escritor publicado, dice (entre otras cosas) lo siguiente:
"Lamentamos dar esta respuesta tan desalentadora, pero pasan los años y tenemos la sensación, a tenor de las muchas personas que envían sus obras, de que es posible que exista más gente que escribe y desea publicar lo que escribe de la que lee, lo que nos aboca a una paradoja de difícil resolución desde cualquier punto de vista."
En mi labor al frente de la revista literaria Fábula en ocasiones he tenido una impresión similar. Con frecuencia me pregunto cuántos escritores puede haber en España en estos momentos. ¿Cien mil? ¿Acaso más? Multipliquemos esta cifra varias veces para incluir a los de Hispanoamérica. De estos, seguro que varios miles son buenos. No deja de sorprenderme hallar decenas de nombres hasta ahora ignorados en las estanterías de bestsellers de los grandes grupos editoriales. Ergo, aún hay espacio para que nuevos desconocidos intenten abrirse camino en el largo y tortuoso sendero editorial. Pero también hay decenas de miles, la inmensa mayoría, que se quedan en las cunetas del olvido. La fama, o el reconocimiento, o siquiera la oportunidad, no trata a todos por igual.
En lo que a mí respecta, me consuela considerar que el verdadero éxito del escritor es concluir bien su obra. Que, cuando repose tras haber vislumbrado la divina chispa creadora, se pueda decir: “Y vio lo que había hecho, y he aquí que era bueno”.
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