Uno de los elementos clásicos del cine histórico-épico es la arenga del líder bélico antes de la batalla decisiva, en un punto en que acaso sus huestes se hallan desmoralizadas. Como es previsible, el líder consigue dar la vuelta a la situación, y este efecto vivificante le hace merecedor de que le perdonemos pequeñas incongruencias contextuales, como puede ser la pretensión de que un hombre a caballo se haga oír por miles de combatientes antes de la invención de la megafonía, o que en épocas aún oscuras se esgriman argumentos como “Lucháis por la libertad”, “por la democracia”, etcétera.
Antes de que Hollywood inventara este tópico, autores como Shakespeare ya lo utilizaron con gran éxito. No deja de emocionarme la escena de Enrique V en la que un joven Kenneth Branagh, con esa boquita de buzón que Dios le ha dado, insta a sus soldados a no desanimarse ante la inferioridad numérica contra los franceses de Agincourt (“No deseo ni un hombre más”), y recuerda que en esa batalla todos lucharán codo a codo, y todos, desde el rey al último peón, serán hermanos (“a band of brothers").
Otro de los elementos un tanto increíbles del cine épico es la frecuente presentación del líder bélico en primera línea de combate. Como bien sabía el rey David, estar en primera línea es sinónimo de muerte segura, y no parece una estrategia marcial muy sabia que quien lidera al resto se lleve todas las papeletas de criar malvas. Pero lo cierto es que hasta el Renacimiento esto no fue totalmente infrecuente, y aún a lo largo del siglo XVIII encontramos monarcas en el campo de batalla. En la historia de Inglaterra, Jorge II fue el último rey que se ensució con el barro del frente en 1745, y en España Alfonso XII luchó en la Tercera Guerra Carlista en 1875. En el siglo XX, sin embargo, los líderes descubrirían que se puede dirigir toda una guerra mundial desde el propio despacho, o incluso desde la cama, como Churchill.
En fin, ¿a dónde quiero ir a parar?, se preguntarán mis lectores más maleados. Pues bien, a partir de mañana en algunas comunidades de España se empezarán a levantar algunas restricciones a la actividad económica y comercial. Decisiones difíciles que han tenido que tomar los diferentes gobernantes para salir triunfantes en esta larga guerra contra la pandemia. Los beneficiarios, por supuesto, son quienes no se han contagiado ni fallecido gracias a las medidas adoptadas. Las víctimas, quienes han perdido empleo o negocio y no tienen otro medio de subsistencia que el trabajo que les han prohibido ejercer.
Aquí, como en la vida misma, la analogía bélica parece pertinente. Cuánto más edificante sería si el líder que conduce a sus huestes a la batalla, y quizá la muerte segura, empuñara la espada y marchara en cabeza. Y que, emulando a Enrique V, dijera algo así como: “No vais a poder desempeñar vuestro trabajo, porque no parece oportuno, pero os voy a dar ejemplo. Y tanto yo como mi plana mayor nos vamos a suspender de sueldo hasta que vosotros podáis volver a ganar vuestro sustento. No quiero ni un euro más. Somos una banda de hermanos (-as)."
No sé, quizá algún líder autonómico o nacional haya pronunciado alguna arenga similar, pero ese día no debí de leer el periódico. Podría ser, ¿no?
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