Uno de los leitmotivs de las últimas felicitaciones de año nuevo incidía en el carácter de annus horribilis de 2020, lo que supuestamente facilitaría que 2021 mejorara su predecesor. Sin embargo, lo que llevamos de año nuevo no parece haber marcado una gran diferencia en lo tocante al rumbo agorero de nuestras fortunas; así que igual deberíamos intentar el recomienzo de los buenos deseos dentro de las coordenadas del Año Nuevo Chino. En efecto, el 12 se despidió el fatídico Año de la Rata y dio paso al Año del Buey.
Vaya por delante que no consigo entender qué alineación astral u otras disposiciones cósmicas pueden motivar que un año, empiece cuando empiece, observe un carácter distintivo respecto al precedente o posterior. Pero también admito que apenas conozco a alguien que declare que en el pasado año ratil le hayan salido bien las cosas. Al contrario, la inmensa mayoría de los congéneres que han pasado por mi vista han sufrido alguna pérdida irreparable o algún revés de fortuna. No me considero demasiado supersticioso, pero en último término desconocemos tantísimo de los que nos rodea que no conviene descartar casi nada.
Me he encontrado al menos dos interpretaciones de lo que significan los años de la Rata. La primera apunta a que son años de calamidades generalizadas, y encuentra su mejor imagen en las pestes bubónicas que diezmaron el planeta en el siglo XIV y en otros periodos, transmitidas precisamente por este antipático roedor. Si miramos atrás, reconocemos que el anterior año de la Rata fue 2008, año de la crisis económica internacional, pero yendo aún más atrás nos remontamos al funesto 1936, año en que España, y acaso el mundo entero en sus secuelas internacionales, se desmoronó en un conflicto cainita que, aún ochenta y cinco años después, genera odio y disensión.
La otra lectura, bastante contradictoria, es que la Rata representa la prosperidad material. Según la leyenda budista, cuando el Emperador de Jade convocó a los animales que serían representados en el horóscopo chino, la rata se adelantó con ingenio a los otros once y se mereció el primer puesto. Véase por ejemplo esta predicción de comienzos de 2020, ahora ridícula, que vaticinaba que, según la visión unánime de los astrólogos, este sería “un buen año, lleno de oportunidades, perspectivas para ampliar nuestros intereses. Relaciones y éxitos; en definitiva, un año de abundancia y prosperidad”.
No sé como se pueden conciliar ambas interpretaciones discordantes. Salvo que, dado que los chinos son quienes han inventado tales historias, para ellos la calamidad, en un flujo de ying y yang, pueda dar lugar a la prosperidad. Quizá, según esta lectura, el covid que ha caracterizado al año saliente de la Rata ha venido a demostrar que China tiene muchos más recursos para sobreponerse a la adversidad que Occidente, y acaso resulte un presagio de la inminente hegemonía mundial que le espera a este país, que pretende quitar el cetro a EE.UU, si no se lo ha quitado ya.
En fin, esperemos que este año del Buey venga más propicio. O, volviendo a mis felicitaciones de este año nuevo, “Ni prosperidad ni leches, normalito”. Crucemos los cuernos… digo, los dedos.
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