El martes, 8 de diciembre, volvía yo de Santander por la autovía A8. Ya había anochecido y la tarde permanecía gélida, ventosa y pasada por agua, como todo el puente de la Inmaculada-Constitución, quizá los peores días de 2020 en el norte de España. Al pasar las lindes de Cantabria y entrar en el País Vasco, un letrero anunció un “Control Covid-19”. Yo me preguntaba qué mente maligna podría haber dispuesto tal control bajo semejante diluvio, y quizá aferrándome a un ingenuo sentido de la bondad intrínseca del ser humano, me resistía a creer que fuera en serio.
Pero sí que iba, como me dejó claro un enorme ertzaina que me mandó detener en términos inequívocos. Luego se acercó a mi puerta, me reclamó el DNI, lo pasó por una ominosa maquinita de aspecto inquisitorial, y me preguntó por el motivo de mi viaje. Este estaba plenamente justificado, pero, de nuevo por mi ingenuidad, el documento justificativo se perdía entre los papeles guardados en una cartera en el maletero. El probo agente del orden no parecía muy satisfecho con mi mera explicación verbal. “No me fío de nadie”, exclamaba, en perfecta plasmación del principio de presunción de inocencia (aunque esta vez mi presunto delito fuera pasarme cuatro días festivos trabajando en Cantabria), y me conminó, también inequívocamente, a salir del vehículo y a facilitarle el documento de marras so pena de descargar sobre mis espaldas (ya mojadas) todo el peso de … ¿la ley?
“Esta medida… ¿es para que cojamos la pulmonía?”, espeté mientras salía bajo el diluvio, haciendo gala de ese peculiar humor que me ha traído más de un disgusto. El ertzaina se me quedó mirando con expresión canina y replicó que él llevaba varias horas de faena, lo que se traducía en algo así como “Ya que me han jodido, ahora te jodes”. Podía ser razonable, claro, pero su equipamiento era perfectamente impermeable, a diferencia del mío. Y, en cualquier caso, no era yo quien le mandaba a él mojarse. En fin, para abreviar, al cabo de un rato de búsqueda en el maletero encontré el dichoso documento y el probo agente me permitió proseguir mi viaje.
En las casi dos horas de trayecto con la ropa empapada se me cruzaron bastantes pensamientos inquietantes. No sé, me empezaba a plantear si tales medidas son de verdad para proteger a la ciudadanía, si el objetivo de tantos confinamientos, cierres perimetrales, toques de queda, cierre de negocios, control de aforo en nuestras cocinas navideñas, etcétera es realmente protegernos de una pandemia, o por el contrario si acaso la pandemia será una excusa óptima para algo más inconfesable. Algo que el Poder siempre ha buscado, en toda época y territorio, y que ahora se le brinda como una especia de atajo, sin los contrapesos necesarios en una democracia que se precie, sin tener que dar muchas explicaciones.
Pero, en fin, no me hagáis mucho caso. De noche, bajo la lluvia, y empapado, los pensamientos inquietantes fluyen con más facilidad, ¿no?
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