En estos días de confinamiento universal, casi el único contacto con la humanidad ocurre a las 8 de la tarde, cuando salimos a los balcones y ventanas a aplaudir al heroico personal sanitario. En muchos casos nos da la oportunidad de conocer un poco más a nuestros vecinos, en un sentido superficial y anónimo, pero al menos con algo más de atención que hasta la fecha. Entre los que se asoman al edificio frente a mi balcón está una familia con cuatro menores; uno de ellos, que calculo en torno a los nueve o diez años, tiene una voz cristalina pero potente, y aprovecha esos minutos para desahogarse. Recuerdo que los primeros días celebraba la falta de colegio y las bondades del confinamiento. Ahora ya no. Entre los aplausos y pitidos no siempre distingo del todo sus palabras, pero suele dar ánimos calurosamente a todo el que le esté escuchando. No me deja de cautivar y edificar esta inocencia infantil. Pero cuando pienso en esa familia, y en las millones como ella, se me ponen los pel...
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