Esta semana se habla en España del llamado “Pin parental”, es decir, se debate sobre si las administraciones públicas reconocen o no el derecho de los progenitores a negarse a que sus hijos reciban charlas obligatorias de sexualidad en el colegio. El gobierno central y los gobiernos autonómicos progresistas manifiestan que los progenitores disidentes no tienen este supuesto derecho, y juran o prometen por su honor que harán lo posible para que no lo puedan ejercer. Incluso alguna ministra se ha desmarcado con declaraciones del tipo de “Los hijos no son de los padres”.
Y, ¿cómo lo veo yo?, me preguntarás. Ah, astuto lector, quieres acorralarme una vez más, ¿verdad? Si digo que reconozco la libertad parental de elegir el modo de transmitir educación sexual me dirás que apoyo iniciativas de la derecha, es decir, de la ultraderecha, y que por tanto no merezco ni el aire que respiro. Si por el contrario apoyo la negativa de los gobiernos de izquierda dirás que menudo liberal de pacotilla estoy hecho, que he sucumbido ante el peso de la ortodoxia imperante, etc. Diga lo que diga, estoy vendido.
Por tanto, te tendrás que contentar con un: “Pues depende” propio de mis remotas raíces galaicas. Creo que es positivo que se enseñe sexualidad en el aula, y que un buen enfoque puede evitar muchos problemas derivados de la ignorancia. Habría que deslindar los aspectos biológicos de los morales-ideológicos y quedarse con los primeros, pues no hay que presuponer una unanimidad en la aceptación de los segundos.
Y, en cualquier caso, lo que nunca deben hacer personas con cargos de gobierno es insultar con imputaciones fascistas desde sus púlpitos (o sillones) a los colectivos que reclaman, sobre todo cuando estos los componen honrados padres y madres de familia preocupados por sus hijos. Algo en el enfoque que se pretende dar a esta nueva educación sexual les alarma mucho, tanto que han abandonado su proverbial rechazo a meterse en líos para salir a la calle. Al menos habría que dialogar con ellos (también), a ver si se puede consensuar un tipo de educación sexual que no genere tanta aprensión.
Es verdad que habrá progenitores que no quieran o sepan enseñar valores, y que los poderes públicos tendrán en ese caso que suplir. Pero esto no se puede convertir en una persecución de la disidencia. Y si hay un sistema de valores que el sistema ha de enseñar inequívocamente en el aula y reclamar acatamiento universal, siquiera externo, es el de los constitucionales. Ya saben: igualdad (de verdad), no discriminación, derecho a la vida y a la integridad, libertad ideológica, religiosa y de culto, derecho a la libertad y seguridad, libertad de expresión... ¿Seguimos? Porque luego viene el artículo 27.3, bastante inequívoco…
Y, ¿cómo lo veo yo?, me preguntarás. Ah, astuto lector, quieres acorralarme una vez más, ¿verdad? Si digo que reconozco la libertad parental de elegir el modo de transmitir educación sexual me dirás que apoyo iniciativas de la derecha, es decir, de la ultraderecha, y que por tanto no merezco ni el aire que respiro. Si por el contrario apoyo la negativa de los gobiernos de izquierda dirás que menudo liberal de pacotilla estoy hecho, que he sucumbido ante el peso de la ortodoxia imperante, etc. Diga lo que diga, estoy vendido.
Por tanto, te tendrás que contentar con un: “Pues depende” propio de mis remotas raíces galaicas. Creo que es positivo que se enseñe sexualidad en el aula, y que un buen enfoque puede evitar muchos problemas derivados de la ignorancia. Habría que deslindar los aspectos biológicos de los morales-ideológicos y quedarse con los primeros, pues no hay que presuponer una unanimidad en la aceptación de los segundos.
Y, en cualquier caso, lo que nunca deben hacer personas con cargos de gobierno es insultar con imputaciones fascistas desde sus púlpitos (o sillones) a los colectivos que reclaman, sobre todo cuando estos los componen honrados padres y madres de familia preocupados por sus hijos. Algo en el enfoque que se pretende dar a esta nueva educación sexual les alarma mucho, tanto que han abandonado su proverbial rechazo a meterse en líos para salir a la calle. Al menos habría que dialogar con ellos (también), a ver si se puede consensuar un tipo de educación sexual que no genere tanta aprensión.
Es verdad que habrá progenitores que no quieran o sepan enseñar valores, y que los poderes públicos tendrán en ese caso que suplir. Pero esto no se puede convertir en una persecución de la disidencia. Y si hay un sistema de valores que el sistema ha de enseñar inequívocamente en el aula y reclamar acatamiento universal, siquiera externo, es el de los constitucionales. Ya saben: igualdad (de verdad), no discriminación, derecho a la vida y a la integridad, libertad ideológica, religiosa y de culto, derecho a la libertad y seguridad, libertad de expresión... ¿Seguimos? Porque luego viene el artículo 27.3, bastante inequívoco…
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