En su reciente comedia veraniega Padre no hay más que uno, Santiago Segura incluye algunos toques cómicos que he de reconocer brillantes (a pasar de que nunca fue pecador de mi devoción). En concreto, me reí mucho con su tratamiento de una esclavitud contemporánea que nos puede hacer perder mucho tiempo, energía e incluso amigos: los grupos de WhatsApp (léase Guasap),
Segura carga las tintas con los grupos de madres y padres de colegio y con muchos de los tópicos que todo progenitor conoce bien: la obligatoriedad ética de participar, y de modo inmediato; la repetición de fórmulas de escasa creatividad; las ristra de felicitaciones de cumpleaños; la multiplicación innecesaria de grupos en plan spin-off; su uso para las cuestiones más anodinas; la proliferación de insulsos emojis …
Incluso, si me perdonan el destripoiler, Segura sugiere un invento que enriquecería a su creador: una aplicación que participe automáticamente en los grupos sin que el titular del teléfono se moleste en revisarlo cada medio minuto, a cada ominoso pitido de nuevo mensaje.
Hay un aspecto, sin embargo, que Segura no aborda de los grupos de WhatsApp escolares. Según me ha confesado varios docentes, constituyen una de sus mayores pesadillas, quizá un paso que acelera la tendencia actual a minar la autoridad del profesor. Mediante estos grupos, la actuación de un profesional de la enseñanza se ve continuamente expuesta al escrutinio severo y unilateral de hordas de padres y madres que se rigen por un principio básico: mi niño siempre tiene razón.
En fin, si estás en ese grupo (de riesgo), no es para tomarlo a guasa.
Segura carga las tintas con los grupos de madres y padres de colegio y con muchos de los tópicos que todo progenitor conoce bien: la obligatoriedad ética de participar, y de modo inmediato; la repetición de fórmulas de escasa creatividad; las ristra de felicitaciones de cumpleaños; la multiplicación innecesaria de grupos en plan spin-off; su uso para las cuestiones más anodinas; la proliferación de insulsos emojis …
Incluso, si me perdonan el destripoiler, Segura sugiere un invento que enriquecería a su creador: una aplicación que participe automáticamente en los grupos sin que el titular del teléfono se moleste en revisarlo cada medio minuto, a cada ominoso pitido de nuevo mensaje.
Hay un aspecto, sin embargo, que Segura no aborda de los grupos de WhatsApp escolares. Según me ha confesado varios docentes, constituyen una de sus mayores pesadillas, quizá un paso que acelera la tendencia actual a minar la autoridad del profesor. Mediante estos grupos, la actuación de un profesional de la enseñanza se ve continuamente expuesta al escrutinio severo y unilateral de hordas de padres y madres que se rigen por un principio básico: mi niño siempre tiene razón.
En fin, si estás en ese grupo (de riesgo), no es para tomarlo a guasa.
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