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Editores que no liquidan



EDITORES QUE NO LIQUIDAN

No todos los lectores son conscientes de que el señor o señora que posa en la solapa de su libro con ademán interesante, que ha llevado el relato o el poemario en sus entrañas hasta que ha sido capaz de plasmarlo por escrito, y que después ha luchado para que esa edición viera la luz, recibirá, en el mejor de los casos, un diez por ciento de la venta. El noventa restante se distribuye entre editor, distribuidor y librería según los porcentajes acordados, salvo en casos como las ferias de libros, las presentaciones o la venta a instituciones, en los que el editor puede prescindir de los otros dos intermediarios.
          Pues bien, aunque el porcentaje de ganancia del escritor parece ínfimo, como diría el capitán de mi mili con su característico ceceo: “Por mala que cea, cualquier cituación ez zuceptible de empeorar”. Sí, existen editores que le escatiman ese mínimo al autor. No sé si son muchos o pocos comparativamente dentro del panorama general, pero los que hay resultan demasiados.
          La relación entre autor y editor es bastante peculiar: así como el segundo arriesga su inversión confiando en el éxito del primero, el autor al final tiene que fiarse de su editor de cara a los resultados. Por ejemplo, el autor nunca sabe con certeza si la tirada de su libro es de dos mil ejemplares, como figura en su contrato, o de doscientos, pues nunca llegará a verlos. Se tiene que fiar. Tampoco sabe con certeza el número de ejemplares vendidos, pues de nuevo los resultados se los aporta su editor, que es juez y parte en el proceso.
          Hasta aquí no veo grandes inconvenientes. La fe (llámese confianza) está en la base de toda relación humana. Pero si encima el editor escatima al pobre autor el magro porcentaje que le corresponde, calculado según su propia estimación unilateral de ventas, entonces el desprecio resulta colosal. Y, aunque medie un contrato que regule la obligatoriedad de la liquidación anual, este tipo de editor tramposo sabe que tiene la sartén por el mango. No suele hacer esto con autores populares, pues además de sacarle el vientre de mal año, suelen contar con agentes que velan por el cobro puntual de los derechos (su diez por ciento del diez por ciento depende de esto). Pero los autores de pequeña y mediana popularidad son mucho más vulnerables, por sus mucho más discretas cotas de venta.
          Pongamos un ejemplo numérico. Un escritor consigue que se vendan mil ejemplares de una novela que se comercializa a 20 €, por lo que le corresponden 2.000 €. No es como para vivir de ello, es cierto, pero tampoco es un logro despreciable, y nadie duda de que se lo ha ganado. Pues bien, un editor pícaro sabe que, si se lo reclama judicialmente, el interesado va a tener que costear abogado, procurador, tasas, y, en su caso, desplazarse a la ciudad donde se litigue, que no suele ser la de residencia. En principio, no parece un negocio prometedor. Pero si, a pesar de todo, el autor prosigue con su empeño y llega a juicio, le resultará casi imposible aportar ante el tribunal otros datos de venta diferentes de los que aporte el editor, y una sentencia desfavorable está casi garantizada.
          En lo que respecta a mi propia experiencia, sin duda la editorial más fiable con la que he trabajado es Ediciones Cátedra, que anualmente envía el detalle de ventas y la propuesta de liquidación. Por el lado contrario destaca Sial Ediciones (ahora Sial Pigmalión) dirigida por Basilio Rodríguez Cañada, que, en los trece años transcurridos desde que publiqué mi novela primeriza Calle Menor, nunca me ha enviado una sola liquidación, a pesar de haber agotado la tirada.
Estas cosas deberían saberse. Igual que hay registros de empresas morosas publicados por diversas entidades públicas y privadas, convendría que las guías, páginas web o portales que asesoran a escritores elaboraran una lista similar de editores que no liquidan. Al menos el autor que publicara con ellos quedaría advertido de antemano.

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