Coincide que estos días he tenido que hacer varias llamadas a teléfonos de atención al ciudadano de diversas instituciones de la administración pública. Llamadme anticuado, pero en ciertas cuestiones prefiero hablar con un humano y pedirle que me desenrede los nudos burocráticos de difícil comprensión. Pero, ay, he comprobado que hoy en día no es tan fácil encontrar humanos. Anteayer me pasé la mañana marcando un teléfono que me ponía en espera hasta que uno de sus agentes dejara de estar ocupado, indicándome que quedaban quince minutos, diez, cuatro, uno…, hasta que, cuando por fin llegaba mi turno (utilizo bien el pretérito imperfecto, pues fue un hecho reiterado a lo largo de la mañana), se colgaba o daba tono de comunicando. Curiosamente, ese mismo número cambió la sintonía a partir de las dos de la tarde, para advertirnos de que “nuestro horario de atención es de 9:00 a 14:00 horas de lunes a viernes”. Otro número de una institución diferente, mientras también me dejaba en espera indefinida hasta que sus agentes dejaran de estar ocupados el Día del Juicio Final por la tarde, me aseguraba que “su llamada es muy importante para nosotros”. ¿No es comprensible que me embargara la duda?
No sé si exagero cuando pienso que, ahora que la administración
pública está a punto de alcanzar los tres millones de funcionarios, se trata peor
al ciudadano, con menos humanidad. Es sabido que la fatídica pandemia de covid
ha dejado sus secuelas también en la atención al público, pues, aunque ya no
seamos presuntos transmisores de virus al prójimo, en muchas instituciones se
restringe la afluencia exigiendo la cita previa. Hay excepciones encomiables,
pero a menudo te encuentras con funcionarios, y sus directivos, que se olvidan
de que desempeñan un servicio público con el dinero de todos, y que la persona
individual, también llamada ciudadano/a, se merece la mejor atención y un
respeto por su tiempo.
Si esto sucede a pie de ventanilla, no quiero ni hablar del
trato al ciudadano cuando este, excepcionalmente pero por algún motivo
justificado, solicita entrevistarse con algún mandatario autonómico. Me viene a
la memoria el caso reciente de un conocido, catedrático de universidad, con más
de treinta años de dedicación en el ámbito educativo, que tras dieciocho meses
desde su primera petición aún no ha conseguido que le reciban los titulares de
la consejería correspondiente. Es cierto que los consejeros no están para
recibir al público general, pero también es verdad que toda la población de La
Rioja cabe en dieciséis rascacielos de Nueva York, y seguro que se le puede
hacer algún hueco en la apretada agenda a quien solicita que le escuchen diez
minutos. A veces nuestros políticos se olvidan de que se sientan en el sillón
de un soleado despacho, costeado con nuestros impuestos, para defender nuestros
intereses, no solo los suyos, y que algunos de los ciudadanos a los que
representan incluso les han votado. O quizá es que en el pecado esté la
penitencia.
Aparecido en La Rioja, 25 de julio de 2025. Ver todas las columnas.
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