Como hace tiempo que no subo al blog un microrrelato, presento aquí uno aparentemente ligero, de los más recientes de mi último libro de ficciones pequeñitas, aún inédito.
Se lo dedico a Manolo Prendes, que identificará la referencia en la segunda línea (o la primera).
Wake me up before
you go, go
‘cause I’m not
planning on going solo.
(Wham!)
Dicen que lo peor que le puede pasar a un padre es perder a un hijo. Discrepo. Hay al menos una cosa peor. Y me acaba de ocurrir a mí.
Benjamín fue un niño alegre, despierto, cariñoso. Podríamos decir que disfruté de su infancia, dentro de lo que cabe. Yo no fui uno de esos que ahora denominan “padres aeronave” (corelliana o no). Además, yo tenía un trabajo que atender, un oficio duro, de riesgo, y es que una familia no vive solo del espíritu. En ocasiones me ausentaba largos periodos, incluso encontraba obstáculos graves que me retenían indefinidamente. Pero siempre volvía, más o menos. Lo cierto es que mi actividad laboral me costó el matrimonio. Y a medida que fue creciendo, Benjamín fue despegándose de mí, al tiempo que se vinculaba más al tío Lucas, que le hacía más caso. No voy a entrar a criticar las peculiaridades del tío Lucas; un poco friki, sin duda, pero no es mal tipo, que conste, a pesar de que su rollo nunca fue mi rollo. El caso es que Benjamín empezó a asistir a sus clases de artes marciales, y se le daba de maravilla. Con qué orgullo asistíamos su madre y yo a las exhibiciones. Hasta que con la adolescencia algo se torció, se le empezó a enrarecer el carácter, le entró la vena gótica y hasta se empeñó en ponerse un apodo. En fin, cosas de jóvenes, se podría decir. Incluso entiendo esa necesidad adolescente de suprimir al padre, siempre que hubiera permanecido en el sentido figurado, claro. Pero no esto, no la estocada trapera como pago de mi acogimiento paterno. No señor, eso no tiene perdón. Y encima, antes de caer al pozo sin fondo, no se me ha ocurrido otra cosa que forzar una mueca perdonando el horrendo parricidio. ¡Seré mentecato!
Quién me ha visto y quién me ve. Bueno, ahora ya nadie me volverá a ver. ¡Que la fuerza me acompañe!
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