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¡CATEDRÁTICO!

Muchos me habéis preguntado por ese enigmático toro que iba a lidiar el pasado lunes. Pues bien, se trataba de la prueba del concurso público a catedrático de universidad. Y sí, la pasé con éxito. ¡Alégrate conmigo!

Quienes no estéis muy familiarizados con estos procesos quizá os confunda un poco que en la entrada de 24 junio 2022 anunciaba la obtención de la acreditación de catedrático a nivel nacional. Este era el primer paso, quizá el más importante, una condición sine qua non. Pero luego una universidad española debe convocar concurso, y uno debe presentarse, preparar las pruebas y obtener la plaza. Así que lo que ahora celebro es haber llegado al final de este camino.

El primer ejercicio de la prueba consistía en defender el propio historial académico, docente e investigador. Hablar de sí no suele resultar muy arduo a un profesor universitario, y menos aún si es escritor. Así que, si me perdonáis que prolongue esa apologia pro vita mea con la que arranqué, compartiré aquí un resumen de esta trayectoria.

Obtuve el grado de licenciado en Filología Inglesa, y más tarde en Filología Hispánica, en la Universidad de Oviedo, y, convencido de que mi vocación profesional se encaminaba a la docencia universitaria, intenté hacerme un hueco en la institución asturiana. Eran principios de los 90, y por aquella época aún (ejem) había un factor humano muy determinante en las contrataciones de personal. En concreto, no parecía que mi perfil (bigotudo, he de confesar) fuera del agrado del sector que más mandaba en el departamento correspondiente. Ni entonces ni hoy es fácil abrirse camino en la universidad pública española sin apoyos, pero aún peor afrontando zancadillas.

En todo caso, mi determinación era a prueba de bomba, y empecé a preparar mi tesis doctoral sobre la caracterización en las novelas de Evelyn Waugh, al tiempo que como freelance presentaba ponencias en varios congresos por la geografía española, y mandaba instancias a diversas universidades para ver si sonaba la flauta, sobre todo una vez que entendí que llevaba años dando cabezazos contra un muro.

Pero se dice que la providencia no abandona ni a los gorrioncillos, y por carambolas del destino conocí a un profesor de la Universidad de La Rioja y, al igual que hice en otras ocasiones, le pedí que me avisara si se convocaba alguna plaza docente allí. Me llegó la información casi al límite, mandé los papeles por Seur 10 el último día de plazo y… ¡albricias!, me contrataron. De esto hace veintinueve años. Justo en ese momento me surgieron otras dos ofertas laborales para impartir docencia no universitaria, una de ellas en mi ciudad natal, pero no dudé en dejar la seguridad del hogar y el entorno para emprender la aventura en tierra (entonces) extraña.

En fin, que tras casi tres décadas de docencia ininterrumpida, 15 libros académicos y 9 literarios, 127 artículos, y otras cosillas, he llegado a catedrático. No me cabe duda de que a lo largo de este camino he contado con el apoyo de un puñado de compañeros y compañeras maravillosos. Pero dejadme que os confiese, espero que sin prepotencia (y en su caso, que me la perdonéis), que estoy persuadido de que nadie me ha regalado este nombramiento.

 


PD: Y se lo dedico, por un lado, a mi querido Carmelo Cunchillos, predecesor en la cátedra con perfil de literatura inglesa. Y, por supuesto, a Gema, que estará muy orgullosa allá donde me espera.

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