Hay quien afirma que las miniseries televisivas son el último paso en el desarrollo de la narrativa. Quizá sea exagerado, pero hay que reconocerles ciertas condiciones que superan las limitaciones temporales y de otra índole de un largometraje cinematográfico, al tiempo que permiten desarrollar una trama compleja y unos personajes más matizados. Por estos motivos quizá sea el formato óptimo para las adaptaciones de novelas, sin el riesgo de que estas sufran tantas mutilaciones como sucede con las versiones en la gran pantalla.
Para que el equilibrio entre narratividad y arte no se vaya de las manos se requiere, creo yo, que la miniserie en efecto concluya a tiempo. Entre seis y diez episodios de una hora aproximada se me antoja la duración ideal. Y que los productores no caigan en la tentación de alargarla como un chicle si tiene éxito. Cuánto más memorable habría sido La casa de papel si se hubiera quedado en la primera aventura (temporadas 1 y 2), en vez de desembocar en el bodrio indigesto del atraco al Banco de España (3 a 5).
Dentro de la narrativa de evasión, una de las más gratas sorpresas que he descubierto recientemente son las adaptaciones de obras del novelista norteamericano Harlan Coben (Nueva Jersey, 1962-) a la pequeña pantalla. En concreto, como fruto de un contrato multimillonario con el gigante Netflix, esta plataforma se ha comprometido a producir unas catorce miniseries, de las cuales se han estrenado seis en los dos últimos años.
Estas seis series comparten unas emocionantes tramas de misterio con varios personajes que esconden secretos, crímenes que desencadenan revelaciones sobre misterios pasados, identidades secretas, giros inesperados (o no), resurrecciones, y una resolución final que ata todos los cabos importantes. El señor Coben tiene más de treinta novelas a sus espaldas, y probablemente sea millonario, así que le conviene atenerse a fórmulas que ya le han funcionado. Así, se repiten esquemas como la familia de clase media acomodada que vive una vida feliz hasta que un secreto amenaza con quebrar la armonía. Algún miembro desaparece sin dejar rastro; si es adulto, su desaparición suele tener relación con el peso de una vida anterior que se pretendía ocultar; si es un niño o joven, la búsqueda se hace aún más perentoria e inquietante. Con frecuencia hay saltos temporales de décadas (que ponen a prueba al equipo de maquilladores de las productoras de Netflix) cuya progresiva revelación aporta las piezas necesarias del puzle. Suele haber conexiones con el mundo del hampa o de la prostitución, y también es frecuente la presencia de una pareja de policías, habitualmente un hombre y una mujer, que acaban involucrándose en el caso más de lo que exige la llamada del deber funcionarial.
Hasta la fecha se han hecho seis adaptaciones en Netflix: las británicas No hables con extraños, Safe, Quédate a mi lado, la española El inocente, la francesa Por siempre jamás, y la polaca Bosque adentro. La última es prescindible, y la francesa un tanto sosaina. Pero las otras cuatro son recomendables para los seguidores del género. Y, por esta vez, me atrevería a afirmar que la más destacable es la producción española, que traslada la acción desde Nueva Jersey a Barcelona, con un Mario Casas que aporta un toque personal al Mat(eo) Vidal adaptado del Matt Hunter original. Al igual que en las otras tres, esta ficción obra el milagro de hacer verosímil un thriller que combina elementos improbables o increíbles, que acabamos aceptando y, lo que es más, disfrutando de lo lindo.
Cartel de El inocente (2021) |
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