Una de las lecturas que me han alegrado estas navidades que hoy concluyen es el libro Los ficticios (2021), compilación póstuma de relatos de Carlos Pujol (1936-2012). Se trata de diecisiete textos breves con una temática común: el mundo, en ocasiones esperpéntico, de los escritores.
Sin duda Pujol lo conocía bien; desde 1963 trabajó en el Grupo Planeta, fue secretario del célebre galardón, y durante casi medio siglo pasaron ante su vista miles de profesionales de la palabra escrita. En este tiempo sería testigo de la brillantez y capacidad intelectual de muchos de ellos, pero también de la vanidad, prepotencia y otras deformaciones profesionales propias del colectivo (que no presentan, al menos de modo tan generalizado, otros como los trabajadores y trabajadoras de la construcción, por ejemplo).
Con un tono elegante y una fina ironía (es decir, en la más pura línea pujoliana), por Los ficticios desfilan varios tipos característicos del llamado “ambiente literario”. Así, no falta el encuentro interesado entre joven aspirante a escritor que busca el patrocinio de la vieja gloria deslustrada; o las inseguridades patológicas de la autora de novelas de fácil digestión; el novelista que ya cuenta (se lo habría dicho un pajalarito) con que le van a dar el Planeta antes de que se falle; los vaivenes del superventas que sabe que lo que escribe es muy barato; la perspectiva de la sufrida esposa de un autor local que se esfuerza de veras por hacerse un hueco; o el asistente a tertulias literarias que se cree superior a sus contertulios… También oímos la voz de un desmitificado editor, la apología pro vita sua de un escritor por encargo (o “negro”, con perdón); y nos ponemos en la piel del autor que sufre la entrevista de una periodista casi analfabeta. En fin, todo un repaso a la fauna y flora de este hábitat que a algunos nos puede resultar familiar.
Esta cuidada edición de La Veleta ha salido a punto para la inminente conmemoración del décimo aniversario del fallecimiento de Carlos Pujol, autor que está siendo objeto de un renovado interés académico, impulsado en especial por Teresa Vallès Botey, prologuista del libro. Como hombre sabio y prudente, es posible que Pujol optara por dejar estos relatos en su cajón (/disco duro), acaso confiando en que la posteridad los rescataría, como así ha sido. Sin duda aplicó la sabiduría popular que se expresa en el famoso adagio: “Donde tengas las olla… no levantes ampollas”. O algo parecido.
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