Un domingo como hoy, hace 14 semanas, escribí una entrada catártica (como casi todo lo que escribo en este blog), para mentalizarme y asumir el horizonte de semanas de confinamiento que se cernía sobre todos. Hoy que termina el estado de alarma (por el momento) supongo que es pertinente dar la bienvenida a la recobrada libertad de movimientos con otra entrada.
En estas semanas, centenares de miles de españoles han perdido a sus seres queridos, muchos prematuramente, y para ellos debe ser el primer recuerdo y adhesión. Después procede el agradecimiento a las decenas de miles de personas que han estado en primera línea de la batalla, arriesgando su salud y seguridad por los demás. Después a los que han trabajado para mantener las necesidades básicas cubiertas, y, finalmente, a todos los que han permanecido en su sitio para no agravar la situación. A todos, infinitas gracias.
Ahora nos espera la “nueva normalidad”, un término algo equívoco y que no oculta muchas incertidumbres del futuro. Todos hemos aprendido mucho en estos meses y hemos tenido ocasión de reflexionar sobre nuestra intrínseca vulnerabilidad. Así, la libertad recuperada no debería ser insensata, y debería escarmentar de la experiencia (como cantaba Antonio Flores) y recordar los diversos peligros que nos acechan. Pero a la vez quizá no siempre el miedo sea el mejor aliado del sentido común. Así, algunas medidas bienintencionadas pueden resultar contraproducentes, como, por ejemplo, la que cierra la mitad de los compartimentos de los inodoros en un baño público y hace que los que están disponibles se usen y se manchen el doble de rápido; o esa otra medida que cierra las calles alternas de una piscina pública al tiempo que permite hasta tres personas nadando por calle.
Otras medidas puede ser convenientes en la teoría, pero demuestran ser imposibles en la práctica. Lo de que los comercios de textil pongan en cuarentena la ropa que prueban los clientes ocasionales es tan quimérico que propicia la picaresca resultante, que los empleados apilen los artículos probados y descartados, los doblen concienzudamente, y al cabo de una hora los vuelva a colocar en sus perchas y baldas.
A veces se pueden dar paradojas curiosas, como que en ambientes de administración pública se sigue aconsejando el teletrabajo (que en ocasiones deviene teleholganza), incluso en casos en los que los empleados cuentan con despacho individual, mientras que esos mismos reclusos no tienen reparos en pasar la tarde en una terracita echando risas y cañas con los amigos.
Termino con la descripción de una foto que he contemplado recientemente, y que espero que no sea un símbolo de lo que nos espera: un cumpleaños de una niña en las que los invitados, todos con mascarilla reglamentaria, contemplan alegres cómo la homenajeada sopla las velitas sobre el delicioso pastel que van a saborear. Pues eso, demos la bienvenida a la nueva normalidad, pero si puede regirse con sentido común, mejor.
En estas semanas, centenares de miles de españoles han perdido a sus seres queridos, muchos prematuramente, y para ellos debe ser el primer recuerdo y adhesión. Después procede el agradecimiento a las decenas de miles de personas que han estado en primera línea de la batalla, arriesgando su salud y seguridad por los demás. Después a los que han trabajado para mantener las necesidades básicas cubiertas, y, finalmente, a todos los que han permanecido en su sitio para no agravar la situación. A todos, infinitas gracias.
Ahora nos espera la “nueva normalidad”, un término algo equívoco y que no oculta muchas incertidumbres del futuro. Todos hemos aprendido mucho en estos meses y hemos tenido ocasión de reflexionar sobre nuestra intrínseca vulnerabilidad. Así, la libertad recuperada no debería ser insensata, y debería escarmentar de la experiencia (como cantaba Antonio Flores) y recordar los diversos peligros que nos acechan. Pero a la vez quizá no siempre el miedo sea el mejor aliado del sentido común. Así, algunas medidas bienintencionadas pueden resultar contraproducentes, como, por ejemplo, la que cierra la mitad de los compartimentos de los inodoros en un baño público y hace que los que están disponibles se usen y se manchen el doble de rápido; o esa otra medida que cierra las calles alternas de una piscina pública al tiempo que permite hasta tres personas nadando por calle.
Otras medidas puede ser convenientes en la teoría, pero demuestran ser imposibles en la práctica. Lo de que los comercios de textil pongan en cuarentena la ropa que prueban los clientes ocasionales es tan quimérico que propicia la picaresca resultante, que los empleados apilen los artículos probados y descartados, los doblen concienzudamente, y al cabo de una hora los vuelva a colocar en sus perchas y baldas.
A veces se pueden dar paradojas curiosas, como que en ambientes de administración pública se sigue aconsejando el teletrabajo (que en ocasiones deviene teleholganza), incluso en casos en los que los empleados cuentan con despacho individual, mientras que esos mismos reclusos no tienen reparos en pasar la tarde en una terracita echando risas y cañas con los amigos.
Termino con la descripción de una foto que he contemplado recientemente, y que espero que no sea un símbolo de lo que nos espera: un cumpleaños de una niña en las que los invitados, todos con mascarilla reglamentaria, contemplan alegres cómo la homenajeada sopla las velitas sobre el delicioso pastel que van a saborear. Pues eso, demos la bienvenida a la nueva normalidad, pero si puede regirse con sentido común, mejor.
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