“Los violentos nunca podrán doblegarnos a los demócratas”. Frases similares se oyen en boca de altos mandatarios en actos públicos organizados para consuelo del pueblo ante catástrofes provocadas por grupos humanos (por llamarlos de alguna forma) que buscan imponer sus ideas con terror, violencia, o muerte. Pues bien, en estos días en que están sucediendo los episodios más negros de la historia reciente de España, tal consuelo parece necesario. El independentismo catalán, con la ayuda del anarquismo-antisistema internacional y nacional, ha cruzado una frontera extrema, ha empezado a recurrir al terror, la violencia y (pronto) la muerte para conseguir sus fines.
Se me ocurren unas cuatro formas en las que un movimiento independentista pueda triunfar. La primera es cuando el gobierno del país de origen decide que el territorio contestatario es más costoso que rentable, y gustosamente accede a dejar que se separe. La segunda, cuando la comunidad internacional presiona a favor de la independencia en función de las razones históricas o las graves condiciones de injusticia que los separatistas logran denunciar y probar. La tercera, cuando, sin darse los supuestos anteriores, el gobierno del país es demasiado débil o demasiado buenista, y por contentar las gargantas de los insaciables, o por no ser tachado de extremista, o simplemente por conservar a su líder en el sillón por un par de años más (acaso la situación más común), se deja llevar por la marea, accede a convocar una consulta vinculante que los independentistas bien organizados se encargarán de ganar, y, tras este punto de no retorno, consumará la pérdida irreversible de ese territorio con sus gentes.
Tal como yo lo veo, el independentismo catalán aspiraba en un principio a conseguir sus fines mediante el segundo método, y luego, ante la imposible justificación, a través del tercero. Esta estrategia podía llevar su tiempo, pero planteaba un horizonte de futuro posible. Pero ahora, con la excusa de una sentencia judicial relativamente moderada y muy susceptible de reducción e incluso indulto, el proceso se ha acelerado y se está aplicando al cuarto método, el de la violencia, acaso el más eficaz cuando se reúnen las condiciones. En este, cuya eficacia está contrastada a lo largo de los siglos, no cuentan las razones, ni el talante democrático, ni siquiera la historia. Lo que cuenta son las armas, el músculo, la brutalidad.
Pues eso, los violentos no nos doblegarán a los demócratas. No. Salvo que los violentos sean fuertes, y los demócratas débiles.
Comentarios
Publicar un comentario